jueves, 10 de noviembre de 2016

MIASIS







El amor que una madre tiene para sus hijos es inmenso pero puede expresarse en signos mínimos, leves, alados. Todos importantes para el cuidado físico y psíquico de su criatura, para evitarle todo daño.(1)

Traigo hoy una de las comparaciones que en la Ilíada permiten que el mundo real se inmiscuya en el épico relato poblado de héroes y dioses.

“No se olvidaron de ti, oh Menelao, los felices a inmortales dioses y especialmente la hija de Zeus, que impera en las batallas; la cual, poniéndose delante, desvió la amarga flecha: apartóla del cuerpo como la madre ahuyenta una mosca de su niño que duerme con plácido sueño, y la dirigió al lugar donde los anillos de oro sujetaban el cinturón y la coraza era doble. La amarga saeta atravesó el ajustado cinturón, obra de artífice; se clavó en la magnífica coraza, y, rompiendo la chapa que el héroe llevaba para proteger el cuerpo contra las flechas y que lo defendió mucho, rasguñó la piel y al momento brotó de la herida la negra sangre.”

Ilíada. IV, 127