El amor que una madre tiene para sus hijos es
inmenso pero puede expresarse en signos mínimos, leves, alados. Todos
importantes para el cuidado físico y psíquico de su criatura, para evitarle
todo daño.(1)
Traigo hoy una de las comparaciones que en la Ilíada permiten que el mundo real se
inmiscuya en el épico relato poblado de héroes y dioses.
“No se olvidaron de ti, oh Menelao, los felices
a inmortales dioses y especialmente la hija de Zeus, que impera en las
batallas; la cual, poniéndose delante, desvió la amarga flecha: apartóla del
cuerpo como la madre ahuyenta una mosca de su niño que duerme con
plácido sueño, y la dirigió al lugar donde los anillos de oro sujetaban el
cinturón y la coraza era doble. La amarga saeta atravesó el ajustado cinturón,
obra de artífice; se clavó en la magnífica coraza, y, rompiendo la chapa que el
héroe llevaba para proteger el cuerpo contra las flechas y que lo defendió
mucho, rasguñó la piel y al momento brotó de la herida la negra sangre.”
Ilíada. IV, 127