La humanidad, en su devenir, ha pasado hambre. Sólo
ahora, en el siglo XXI, grandes masas de población comen todos los días cuanto
apetecen mientras un número gigantesco de nuestro coterráneos sufre hambrunas.
Esta malnutrición es especialmente perniciosa para los organismos en
crecimiento, para los niños. En ocasiones esta negra hambre, que puede conducir
a la muerte no es fruto de la inaccesibilidad a los alimentos sino de un
castigo infame y cruel. Se torna así un asesinato a cámara lenta causa de un
dolor insoportable. Traemos para ilustrar la muerte por desnutrición la
leyenda de Ugolino de Pisa y sus tres hijos tal y como lo relata Chaucer en sus Cuentos de Canterbury.
EL CUENTO DEL MONJE. Cuentos de Canterbury
William Blake. "Ugolino y sus hijos".
“Por piedad
no existe lengua que pueda describir cómo el conde Ugolino murió lentamente de
hambre. A poca distancia, en las afueras de Pisa, se levanta la torre en la
que fue encarcelado con sus tres hijos pequeños, el mayor de los cuales apenas
si contaba cinco años de edad. ¡Oh, Fortuna, qué cruel eres enjaulando a tales
pajaritos! En la misma cárcel fue condenado a morir el obispo de Pisa, Rogelio,
que le había acusado en falso y por cuya acusación la gente se levantó y le encarceló,
como he descrito. El escaso alimento y bebida que se le daba apenas si era
suficiente, además de ser poco nutritivo y de mala calidad. Un día,
aproximadamente a la hora en que, de costumbre, se le entraba la comida, el
carcelero cerró las grandes puertas de la torre. El prisionero le oyó
claramente, pero calló; no obstante, algo le dijo en su corazón que pensaba
dejarle morir de hambre.
- ¡Ay¡ ¿Por qué nací? - exclamó, y sus ojos se inundaron de lágrimas.
Su hijo menor, de tres años de edad, le dijo:
Su hijo menor, de tres años de edad, le dijo:
-Padre, ¿por
qué estás llorando? ¿Cuándo traerá el carcelero nuestra comida? ¿No te queda
ya pan? Tengo tanta hambre, que no puedo dormir. ¡Ojalá quisiera Dios que me
durmiera para siempre! Así no notaría el hambre que me roe la barriga. ¡No hay
nada que desee tanto como un mendrugo de pan!
Así hablaba
el niño, día tras día, hasta que, acostándose en el regazo de su padre, le
dijo:
-Adiós,
padre mío. Me muero. Dio un beso a su padre y expiró.
Cuando su
padre, con el corazón destrozado, vio que había muerto, en su dolor se mordía
los brazos y gritaba: -¡Oh, Fortuna! Te acuso de ser responsable de toda mi
pena con tu rueda traicionera.
Sus otros
hijos, pensando que se mordía los brazos de hambre, en vez de mordérselos de
pena, le dijeron:
-¡Oh, padre,
no hagas eso! Come antes de nuestra carne, la carne que tú nos diste: ¡tómala y
come!
Estas fueron
exactamente sus palabras; un día o dos después de aquello, se acostaron en el
regazo de su padre y expiraron. El propio conde se desesperó y también pereció
de hambre. Tal fue el fin del poderoso conde de Pisa, a quien la Fortuna le
privó de su elevada situación.
Pero basta
de esta trágica historia; el que desee una versión más extensa del relato debe
leer al gran poeta de Italia, Dante, pues lo describe desde el principio al
final sin omitir palabra.”
Pero mucho más enfático y descarnado es el mismo relato en la Divina Comedia de Dante (Canto XXXIII); sufrimos el detalle pormenorizado, lento, del día a día en esa prisión para acabar con la sigilosa, dudosa, anfibólica frase que tanta inquietud nos crea cuando pensamos en ella...."pero más que el dolor, pudo el hambre". Como ya vimos, el mismo Chaucer nos dejó en suerte ante Dante. En su Infierno encontraremos a Ugolino mordiendo sañudamente la nuca del Arzobispo Ruggieri, responsable de su encarcelamiento y el de sus hijos. En este Canto, Ugolino responde a las preguntas del laureado poeta:
“Has de saber que yo fui el conde Ugolino
y que éste es el arzobispo Ruggieri;
ahora te diré porqué le soy tal vecino.
Que por efecto de sus malos pensamientos,
fiándome de él, caí preso
y fui muerto, no hace falta decirlo;
pero de aquello que no pudo ser visto,
es decir cómo mi muerte fue cruda,
oirás, y sabrás si me ha ofendido.
Un breve hueco dentro de la Muda,
la cual, por mí, se titula hoy del hambre,
y que aún será de otros lugar de encierro,
me había mostrado ya por su abertura
muchas lunas, cuando tuve el mal sueño
que del futuro me descorrió el velo. (…)
(…) Despertando antes de la aurora,
llorar oí entre sueños a mis hijos
que conmigo estaban, y me pedían pan.
Serías bien cruel, si tú ya no te dueles
pensando en lo que mi corazón presentía;
y si no lloras ¿de qué llorar sueles?
Ya estaban despiertos, y la hora se acercaba
de la comida que soler nos traían,
y por su sueño cada uno dudaba;
oí entonces que de abajo clavaban
la puerta de la horrible torre; y me volví
al rostro de mis hijos sin decir nada.
Yo no lloraba, mas por dentro era de piedra;
lloraban ellos; y mi Anselmito
dijo: ‘¿Mírate, padre, que tienes?’
Mas no lloré ni respondí
en todo el día y en la siguiente noche,
hasta que un nuevo Sol salió en el mundo.
Como un rayo de luz se infiltrara
en la dolorosa celda, y percibí
en sus cuatro rostros mi mismo aspecto,
ambas manos por el dolor me mordí;
y ellos, creyendo que yo lo hacía obligado
por el hambre, súbitamente se alzaron
y dijeron: ‘Padre, menor será nuestro dolor
si tú nos comes: tú nos vestiste
estas míseras carnes, tú tómalas ahora’
Aquietéme entonces por más no acongojarlos;
un día y otro permanecimos todos mudos,
¡Ay, dura tierra! ¿Porqué no te abriste?
Cuando al cuarto día llegamos
Gaddo se arrojó tendido a mis pies
diciendo: ‘Padre mío, ¿porqué no me ayudas?
Y allí murió; y así como tú me ves,
vi yo caer los tres uno por uno
en el quinto y el sexto día; y yo, ya ciego,
me puse a buscar tanteando a cada uno
y dos días los llamé, luego de muertos.
Después, más que el dolor, pudo el ayuno.
Cuando dejó de hablar, con ojos torvos,
retomó el mísero cráneo con los dientes,
que llegaron al hueso, como de un perro, fuertes.”
y que éste es el arzobispo Ruggieri;
ahora te diré porqué le soy tal vecino.
Que por efecto de sus malos pensamientos,
fiándome de él, caí preso
y fui muerto, no hace falta decirlo;
pero de aquello que no pudo ser visto,
es decir cómo mi muerte fue cruda,
oirás, y sabrás si me ha ofendido.
Un breve hueco dentro de la Muda,
la cual, por mí, se titula hoy del hambre,
y que aún será de otros lugar de encierro,
me había mostrado ya por su abertura
muchas lunas, cuando tuve el mal sueño
que del futuro me descorrió el velo. (…)
(…) Despertando antes de la aurora,
llorar oí entre sueños a mis hijos
que conmigo estaban, y me pedían pan.
Serías bien cruel, si tú ya no te dueles
pensando en lo que mi corazón presentía;
y si no lloras ¿de qué llorar sueles?
Ya estaban despiertos, y la hora se acercaba
de la comida que soler nos traían,
y por su sueño cada uno dudaba;
oí entonces que de abajo clavaban
la puerta de la horrible torre; y me volví
al rostro de mis hijos sin decir nada.
Yo no lloraba, mas por dentro era de piedra;
lloraban ellos; y mi Anselmito
dijo: ‘¿Mírate, padre, que tienes?’
Mas no lloré ni respondí
en todo el día y en la siguiente noche,
hasta que un nuevo Sol salió en el mundo.
Como un rayo de luz se infiltrara
en la dolorosa celda, y percibí
en sus cuatro rostros mi mismo aspecto,
ambas manos por el dolor me mordí;
y ellos, creyendo que yo lo hacía obligado
por el hambre, súbitamente se alzaron
y dijeron: ‘Padre, menor será nuestro dolor
si tú nos comes: tú nos vestiste
estas míseras carnes, tú tómalas ahora’
Aquietéme entonces por más no acongojarlos;
un día y otro permanecimos todos mudos,
¡Ay, dura tierra! ¿Porqué no te abriste?
Cuando al cuarto día llegamos
Gaddo se arrojó tendido a mis pies
diciendo: ‘Padre mío, ¿porqué no me ayudas?
Y allí murió; y así como tú me ves,
vi yo caer los tres uno por uno
en el quinto y el sexto día; y yo, ya ciego,
me puse a buscar tanteando a cada uno
y dos días los llamé, luego de muertos.
Después, más que el dolor, pudo el ayuno.
Cuando dejó de hablar, con ojos torvos,
retomó el mísero cráneo con los dientes,
que llegaron al hueso, como de un perro, fuertes.”
Gustavo Doré. "La Divina Comedia"
¿Qué paso realmente en esa obscura celda?
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