Nada se dirá en estas páginas que no haya sido dicho. Nada nuevo se podrá decir a estas alturas del siglo XXI si no toca a los avances de la ciencia biológica, de la computación y de las nuevas tecnologías de la comunicación. Nada diremos que sea nuevo bajo el sol pero sí buscaremos quien ya lo haya dicho mejor, mucho mejor.
¿Hay mayor alegría, más grande emoción que las primeras palabras que emiten nuestros retoños? Los primeros balbuceos nos sorprenden siempre y después reímos esas lenguas de trapo, esos barbarismos, neologismos inverosímiles. (*)
Hoy traemos aquí a Lope de Vega, nuestro mayor dramaturgo y autor infatigable de comedias de nuestra literatura. Su vida, es bien sabido, está trufada de varias mujeres, otras tantas amantes y varios hijos. En algún momento quiso "sentar la cabeza" y aquí vemos su lado más familiar.
Al doctor
Matías de Porras
(1562-1635)
Ya,
en efeto, pasaron las fortunas
de
tanto mar de amor, y vi mi estado
tan
libre de sus iras importunas,
cuando
amorosa amaneció a mi lado
la
honesta cara de mi dulce esposa,
sin
tener de la puerta algún cuidado,
cuando
Carlillos, de azucena y rosa
vestido
el rostro, el ama me traía,
contando
por donaire alguna cosa.
Con
este sol y aurora me vestía,
retozaba
el muchacho, como en prado
cordero
tierno al prólogo del día.
Cualquiera
desatino mal formado
de
aquella media lengua era sentencia,
y
el niño a besos de los dos traslado.
Dábale
gracias a la eterna ciencia,
alteza
de riquezas soberanas,
determinado
mal a breve ausencia;
y
contento de ver tales mañanas,
después
de tantas noches tan escuras,
lloré
tal vez mis esperanzas vanas;
y
teniendo las horas más seguras,
no
de la vida, mas de haber llegado
a
estado de lograr tales venturas,
íbame
desde allí con el cuidado
de
alguna línea más, donde escribía,
después
de haber los libros consultado.
Llamábanme
a comer; tal vez decía
que
me dejasen, con algún despecho:
así
el estudio vence, así porfía.
Pero
de flores y de perlas hecho,
entraba
Carlos a llamarme, y daba
luz
a mis ojos, brazos a mi pecho.
Tal
vez que de la mano me llevaba,
me
tiraba del alma, y a la mesa,
al
lado de su madre, me sentaba.
Allí,
doctor, donde el cuidado cesa,
y
el ginovés discreto cerrar manda,
que
aun una carta recebir le pesa,
sin
ver en pie por una y otra banda
tanto
criado, sin la varia gente
que
aquí y allí con los servicios anda;
sin
ver el maestresala diligente,
y
el altar de la gula, cuyas gradas
viste
el cristal y la dorada fuente;
sin
tantas ceremonias tan cansadas
(si
bien confieso el lustre a la grandeza,
y
el ser las diferencias respetadas),
nos
daba honesta y liberal pobreza
el
sustento bastante; que con poco
se
suele contentar naturaleza.
Pero
en aqueste bien (¡ay Dios, cuán loco
debe
de ser quien tiene confıanza,
por
quien a justo llanto me provoco,
en
bienes tan sujetos a mudanza!)
me
quitó de las manos muerte fiera
el
descanso, el remedio y la esperanza.
Yo
vi para no verla (¡quién pudiera
volverla
a ver!) mi dulce compañía,
que
imaginaba yo que eterna fuera.