Las posadas de nuestra literatura áurea no eran precisamente un dechado de comodidades. Alonso Quijano lo supo y ahora nos lo hace saber Guzmán, de Alfarache, en su desaforada batalla con ciertos insectos ubicuos en estos establecimientos.
"A la noche mi enfermedad crecía, la cama no era ni muy buena ni más mollida que un pedazo de estera vieja en un suelo lleno de hoyos. Venía el ganado paciendo por la dehesa humana del mísero cuerpo. Recordé al ruido; húbeme de rascar y comencéme a desvelar; fui recapacitando...."
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