sábado, 28 de octubre de 2023
LAS MUJERES Y LOS NIÑOS...
domingo, 22 de octubre de 2023
FILOSOFANDO A GARROTAZOS
miércoles, 18 de octubre de 2023
TRADUCCIÓN CERO
domingo, 15 de octubre de 2023
HIPOCRESÍA SOCIAL
viernes, 13 de octubre de 2023
NIÑO ARREPENTIDO
-Pero léanos usted de una vez el decreto -dijo doña Ambrosia-, aunque sin oírlo ya sé que el señor Godoy nos habrá hecho una nueva trastada.
-No es más -continuó el papelista-, sino que han ido a la prisión del Príncipe, y poniéndole una pistola al pecho, le han obligado a escribir estas herejías, sí, señores, porque es imposible que un joven tan caballeroso, tan honrado y de tan buen entendimiento como es el hijo de nuestros Reyes, se rebaje y se humille hasta el extremo de pedir perdón como un chico de la escuela, y de acusar tan villanamente a los que le han ayudado.
-Pero lea usted, Sr. D. Anatolio.
Entonces D. Anatolio limpió el gaznate, y con tono de pedagogo leyó el famoso decreto de 5 de Noviembre, que empieza así: «La voz de la naturaleza desarma el brazo de la venganza, y cuando la inadvertencia reclama la piedad, no puede negarse a ello un padre amoroso...». Lo notable de este decreto, en que se anunciaba a la nación el arrepentimiento del Príncipe conspirador, eran las dos cartas que él había dirigido a la Reina y al Rey, y que casi puedo transcribir aquí sin echar mano a la historia, donde están para in aeternum consignadas, porque las recuerdo muy bien; tan originales y gráficos eran el lenguaje y tono en que estaban escritas. Decía así la primera:
«Papá mío: he delinquido, he faltado a V. M. como Rey y como padre; pero me arrepiento y ofrezco a V. M. la obediencia más humilde. Nada debía hacer sin noticia de V. M., pero fui sorprendido. He delatado a los culpables, y pido a V. M. me perdone por haberle mentido la otra noche, permitiendo besar sus reales pies a su reconocido hijo -Fernando.»
La segunda era como sigue:
«Mamá mía: estoy arrepentido del grandísimo delito que he cometido contra mis padres y Reyes, y así con la mayor humildad le pido a V. M. se digne interceder con papá, que me permita ir a besar sus reales pies a su reconocido hijo -Fernando.»
En estas cartas aparecía el pobre Príncipe como el más despreciable de los seres, pues demostrando no tener ni asomo de dignidad en la desgracia, confesaba que había mentido, y después de delatar a los culpables, pedía perdón a sus papás, como un niño de seis años que ha roto una escudilla. Pero entonces los honrados y crédulos burgueses de Madrid no comprendían que ocurriera nada malo sin que fuera causado por el atrevido Príncipe de la Paz, y hasta las malas cosechas, los pedriscos, los naufragios, la fiebre amarilla y cuantas calamidades podía enviar el cielo sobre la Península, se atribuían al favorito. Así es que nadie veía en las citadas cartas una manifestación espontánea del Príncipe, sino antes bien una denigrante confesión arrancada por sus carceleros, para ponerle en ridículo a los ojos del país entero. Si ésta fue la intención de la corte, produjo efecto muy contrario al que se proponían, pues conocido el decreto, el público se puso de parte del prisionero, y abrumó al valido con su ardiente maledicencia, suponiéndole autor, no sólo del decreto, sino de las cartas.