sábado, 7 de septiembre de 2024

LA LETRA CON SANGRE...NO ENTRA


La letra con sangre entra. Goya

Pasaron los años de tan brutales didactismos, pero el recuerdo pormenorizado de esta metodología queda en Sotileza (1884), del santanderino Pereda. En este fragmento la niña Silda (que será Sotileza ya madura), recoge el testimonio de Colo y de los golpes que sufre de su cruel maestro de latines.


Otro día, muy pocos después de este percance, estaba Silda recostada contra el marco de la puerta de la bodega, acabando de echar un remiendo al chaleco de tío Mechelín. A menudo trabajaba en aquel sitio, porque desde él veía lo que pasaba por la calle, sin exponerse a que las del quinto piso la sorprendieran en el portal. Como la tarde caía y la luz iba escaseando en aquel crucero, atrevióse a salir hasta la puerta de la calle para dar desde allí las últimas puntadas a su gusto. A tal tiempo bajaba Colo por la acera, con las manos debajo de los sobacos y los ojos hinchados de llorar. Encaróse con ella en cuanto la vio a la puerta, y la preguntó, muy angustiado, por Andrés.

-Tres días hace que no viene por aquí -le respondió Silda-. ¿Para qué le querías?

-Pa contarle lo que me pasa, ¡Dios!, y ver si en un apuro puede hacer algo por mí, él, que es rico... ¡Paño, qué somantas!... Mira, Silda.

Y le mostró las palmas de las manos y las canillas de las piernas cruzadas de rayas cárdenas y sarpullidas de ronchones morados.

-¿De qué es eso, tú? -le preguntó la niña.

-De los varazos que me alumbran en el latín.

-¿Quién?

-El maestro, ¡toña!, porque no embarco bien aquellas marejás de palabronas en judío... ¡Mal rayo! Mira: estas rayas más oscuras son de hace cuatro días; estas otras, de ayer y antier; estas gordas, de esta mañana, y de estos dos bultos encarnaos saltó esta tarde la sangre al alumbrarme el varazo... ¡Dios!... Entonces ya no pude más, Silda.., porque toos los días hay leña para mí; y según tenía el libro en esta mano, mientras me rajaba a varazos esta otra, se le tiré a los morros, con toa mi fuerza, a aquel piazo de bárbaro. Escapéme, y primero me llevaran a presidio que al latín, ¡Dios!...; y al que se empeñara en esto, sería capaz de abrirle en canal, y me abriría a mí mismo tamién, ¡toña!... Pus güeno, ¿ves las manos y las patas cómo las tengo? Pus pior debo tener las espaldas...

-¿También te pegaba en las espaldas?

-No; me pegaba tamién gofetás en la cara y con el puño del bastón en el cogote, y hasta patás en la barriga. Lo de las espaldas es de mi tío el loco, y de ahora mesmo, porque al venir escapao, le dije que ésta y no más, y aquello, Silda, aquello fue una granizá de leña sobre mí, con el bastón de nudos; que Cristo, con serlo, no la hubiera aguantao sin rendir el aparejo... Conque... ¡Mírale!...

Y exclamando así, Colo apretó a correr hacia la cuesta del Hospital, porque vio venir hacia él, por lo alto de la calle, al temible cura loco, con los largos faldones de su levita ondeando al aire que movía su veloz andar; el bastón de nudos enarbolado en su diestra; el sombrero derribado hacia la coronilla y los ojos relucientes, porque ésta era la particularidad más llamativa del famoso don Lorenzo.



Capítulo XI.

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