Cualquiera de los escasos visitantes de este Blog, selecto donde los haya, habrá notado sin duda lo mal tratados que en general son los niños en los textos que comparto. ¡Cosas de los siglos pasados¡ Sin embargo hoy traigo un texto bello, luminoso, tierno. Las analogías entre los peregrinos, sus estaciones y la volubilidad de los niños y sus juguetes me parece enternecedora.
El fragmento me ha salido al encuentro leyendo el Convivio dantino.
¡Espero que os guste¡
“E igual que el peregrino que va
por un camino por el que nunca fue, cree que toda casa que ve a lo lejos es la
hospedería, y hallando que no es tal, endereza su pensamiento a otra, y así de
casa en casa, hasta que la hospedería llega, así nuestra alma apenas entra en
el nuevo camino de esta vida nunca recorrido, dirige los ojos al término de su
sumo bien, y cualquier cosa que ve le parece tener en sí misma algún bien, cree
que es aquél. Y como su primer conocimiento es imperfecto, porque no está
experimentado ni adoctrinado, los pequeños bienes le parecen grandes, y por
aquéllos empieza a desear. Así, pues, vemos a los párvulos desear más que nada
una manzana y luego desear un pajarillo; y más adelante desear lindos vestidos;
y luego un caballo, y luego mujer; y luego algunas riquezas, luego riquezas
grandes y luego grandísimas. Y acaece esto porque en ninguna de estas cosas
encuentra lo que va buscando, y cree que lo ha de encontrar más adelante. Por
lo cual se ve que los deseos preséntanse unos tras otros a los ojos de nuestra
alma de manera en cierto modo piramidal, porque el más pequeño está sobre
todos, y es como punta de lo último que se desea, que es Dios, como base de
todos.”
Convivio, IV, XII, 14-16. Dante
No hay comentarios:
Publicar un comentario