domingo, 11 de julio de 2021

RCP PEDIÁTRICA EN EL SIGLO XVI

 



¿Quién negará que la RCP en adultos y en niños ha salvado y  salvará a miles de niños si se aplica a tiempo y en la forma precisa? Hoy disponemos de ciencia contrastada, de medios y de formación cada vez más extendida en la población. Pero como toda ciencia, como toda técnica humana tiene una historia, no nace de la nada. Hoy traigo una típica historia renacentista de un poema épico que también es una novela bizantina en la que se describe la que parece la descripción somera de la reanimación de un niño de un año que arriba a una orilla para ser criado por un bondadoso anciano. La encontramos en el poema épico poco conocido El Monserrate de Cristobal de Virués (*) (**), dramaturgo valenciano de los siglos XVI - XVII. La voz que escucharemos, nos llega desde 1609, y es la del niño salvado de entre las aguas.


Canto IV, 435-480

En una de las quales (islas) retirado

Vivía un hombre santa y dulcemente,

A quien fuí yo del mar por hijo dado,

Siéndome el cielo próspero y clemente:

Oirás, Señor, un caso señalado,

Reveládome a mí por el prudente

Viejo que me crió de la manera

Que si su verdadero hijo fuera.

Contábame que, estando atento un día

Mirando como el mar bravo y furioso,

Con un levante que le revolvía

Con porfiado soplo y riguroso,

Sus altas olas con furor rompía

En su preciso límite arenoso,

Atronando la playa, que alterada

Estaba, negra, triste, y despoblada;

Vió llegar fluctuando a la ribera,

Allí muy cerca de donde él estaba,

Una ancha y hermosísima venéra,

Que por cosa admirable celebraba:

La qual, como si alguno la rigiera

En el rigor de la tormenta brava,

Los golpes de las olas esquivando

Del bravo mar, la tierra iba ganando.

Y al fin llegada, y puesta en salvamento,

Donde al soberbio mar la tierra enfrena,

Un niño echó con admirable tiento

Fuera del agua en la mojada arena;

Y luego del refluxo y mar violento

Sorbida fué, de arena y agua llena,

Quedando yo, que el niño era, tendido,

Sin pulso, sin aliento, y sin sentido.

El viejo, que mirando atentamente

Estuvo siempre aquella maravilla,

Con presurosos pasos diligente

A ver lo que era yo llega a la orilla;

Y visto, me levanta, y con ardiente

Zelo de caridad a su casilla

Me lleva, y con remedios principales

Vuélveme los espíritus vitales.

Tenía yo de edad un año, quando

Fuí por este camino así admirable

A ser hijo del viejo venerando,

En cristiandad, y en discrecion notable:

El qual, como estuviese vacilando,

Con discurso confuso y variable,

Acerca de mi nombre y nacimiento,

Y de aquel prodigioso acaecimiento;

Sucedió que, quitándome el vestido

Del tempestuoso mar todo mojado,

En un pequeño reliquiario asido

Un cordon, y con fuerza desatado,

Fué causa que se abriese; y de escondido

Manifiesto quedó un papel doblado,

Que era una oración hecha en mi ruego,

De quien mi nombre supo el viejo luego.

Supo que Juan Garín mi nombre era,

Y así me llamó siempre el sabio anciano;

Crióme allí desde esta edad primera

Hasta seis años con su industria y mano:

Al cabo de los quales la ribera

Del mar dexó, la isla, el rio, y llano,

Y subióse conmigo á Monserrate,

De cuyo asiento gustarás que trate.


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