Que hay buenas madrastas, ¿quién lo niega? Pero que han tenido a lo largo de la historia y de los cuentos muy mala fama, ¿quién osará negarlo?
Veamos esta parábola denigratoria de las madrastas en la obra excelente de Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias, de 1575.
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Estando un filósofo natural razonando con un gramático, llegó a ellos un hortelano curioso, y les preguntó qué podía ser la causa que, haciendo él tantos regalos a la tierra en cavarla, ararla, estercolarla y regarla, con todo eso nunca llevaba de buena gana la hortaliza que en ella sembraba, y las yerbas que ella producía de suyo les hacía crecer con tanta facilidad. Respondió el gramático que aquel efecto nacía de la divina providencia, y que así estaba ordenado para la buena gobernación del mundo; de la cual respuesta se rió el filósofo natural, viendo que se acogía a Dios por no saber el discurso de las causas naturales, ni de qué manera producían sus efectos. El gramático, viéndole reír, le preguntó si burlaba de él, o de qué se reía. El filósofo le dijo que no se reía de él, sino del maestro que le había enseñado tan mal; porque las cosas que nacen de la providencia divina, como son las obras sobrenaturales, pertenece su conocimiento y solución a los metafisicos (que ahora llamamos teólogos), pero que la cuestión del hortelano es natural, y pertenece a la jurisdicción de los filósofos naturales, porque hay causas ordenadas y manifiestas de donde tal efecto puede nacer. Y, así, respondió el filósofo natural diciendo que la tierra tiene la condición de la madrastra, que mantiene muy bien a los hijos que ella parió y quita el alimento a los del marido; y así vemos que los suyos andan gordos y lucidos, y los alnados, flacos y descoloridos. Las hierbas que la tierra produce de suyo, son nacidas de sus propias entrañas, y las que el hortelano le hace llevar por fuerza, son hijas de otra madre ajena, y así les quita la virtud y alimento con que habían de crecer, por darlos a las yerbas que ella engendró."
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