Que los niños y la limpieza se llevan mal es de todos sabido. También de Manzoni en Los novios, donde nos cuenta este aspecto de la vida de Federico Borromeo, Arzobispo de Milán y fundador de la exquisita Biblioteca Ambrosiana. Estamos en Italia, siglo XVII.
Capítulo XXII
Uno de éstos (caballeros), cierto día en que, durante la visita a una aldea agreste y salvaje, Federigo instruía a unos pobres chiquillos, y, entre pregunta y enseñanza, los acariciaba amorosamente, le advirtió que tuviese más cuidado con hacer tantas caricias a aquellos muchachos, porque estaban demasiado sucios y asquerosos: como si supusiera, el buen hombre, que Federigo no tenía bastante sentido común como para hacer semejante descubrimiento, ni bastante perspicacia como para encontrar por si solo un remedio tan sutil. Tal es, en ciertas condiciones de tiempos y cosas, la desventura de los hombres llamados a ciertas dignidades, que mientras tan raras veces encuentran quién los avise de sus errores, nunca falta en cambio gente valerosa para reprenderlos por sus buenas acciones. Mas el buen obispo, no sin cierto enojo, respondió: -Son almas mías, y quizás no vuelvan a ver mi cara, ¿cómo queréis que no los abrace?
La mugre, vieja compañera de la Humanidad.
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