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domingo, 4 de septiembre de 2022

LOS HIJOS, SIEMPRE LOS HIJOS ...


Volvemos de vacaciones más cansados que cuando partimos. Normal, canónico. 
Me atrevo hoy, inicio de muchos cursos escolares, a ofreceros las reflexiones de San Agustín, obispo norteafricano de Hipona, sobre su infancia y los esfuerzos de sus padres en su educación retórica. Lo leemos en sus magníficas y tiernas Confesiones (año 394).
No consta la inflación en aquellos romanos años imperiales. 
Salud. Vale.





LIBRO II
CAPÍTULO III

Del viaje que hizo a Cartago para continuar allí sus estudios 
y de los intentos de sus padres en orden a esto mismo.


En aquel año (369) se habían interrumpido mis estudios, porque habiendo yo vuelto de Madauro, ciudad que estaba cerca de Tagaste, en la cual había estado aprendiendo letras humanas y la retórica, en este tiempo intermedio se iban juntando y previniendo los caudales necesarios para enviarme a continuar mis estudios a la ciudad de Cartago, que estaba mucho más lejos, lo cual se intentó y efectuó más por animosa resolución de mi padre, que por la abundancia de sus riquezas, pues él era un vecino de Tagaste cuyas facultades y hacienda eran bien cortas...

...¿Quién había que entonces no llenase de elogios a mi padre, porque con unas expensas superiores a su hacienda me daba cuanto fuese necesario para ir a continuar los estudios tan lejos de mi patria, cuando se veía que otros ciudadanos mucho más ricos que mi padre no cuidaban de ejecutar otro tanto con sus hijos? Ni tampoco mi padre cuidaba de que yo adelantase en vuestro santo temor y servicio, ni de que viviese castamente, con tal que cultivase la elocuencia y me hiciese discreto y culto, aunque el campo de mi corazón, de quien Vos, Dios mío, sois el único, legítimo y verdadero dueño, estuviese desierto y sin cultivo.


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