martes, 27 de agosto de 2024
TRIUNFAR DEL MEDIO AMBIENTE
LA CANDELARIA
Febrero vio la aurora de aquel amor en un día clásico, el de la Candelaria, en que, según el dicho popular, celebran los pajaritos sus bodas sobre las ramas todavía desnudas de los árboles, para que con la llegada de la primavera coincida la fabricación del nido. Las vísperas de la fiesta eran muy señaladas en la Fábrica: andaban esparcidos por las estanterías, sobre los altares, ocultos en los justillos de las mujeres, mezclados con la hoja, haces de rama de romero, y su perfume tónico y penetrante vencía al del tabaco mojado. En el centro de los haces se hincaban candelicas de blanca cera, y había de otras candelas largas y amarillas, compradas por varas y que se cortaban en trozos para hacer cuantas luces se quisiese; siendo el origen de traer estas candelas la creencia de que los niños muertos antes del bautismo y sepultados en las tinieblas del limbo sólo el día de la Candelaria ven un rayo de claridad, la de la luz que encienden, pensando en ellos, sus madres. Al día siguiente, en la iglesia, envueltas en el romero bendito, habían de arder todas las velitas microscópicas.
Ya se comprende que entre las cigarreras marinedinas -cuatro mil mujeres al fin y al cabo- había muchas que querían enviar a sus hijos difuntos aquella caricia de ultratumba, fundir el hielo de la muerte al calor de la pobre candelilla; por otra parte, aun las que no tenían niños vivos ni difuntos habían comprado romero gustándoles su olor, y propuestas a llevarlo a la misa de la Candelaria, que al fin, como decía la señora Porcona con tono sentencioso, era «un día de los más grandes, hiiiigas... porque fue cuando la Virgen sintió el primer dolorito, por razón de que un cura que le llamaban Simeón le anunció lo que tenía que pasar Cristo en el mundo».
LA PARADA DE LOS MONSTRUOS
No por eso había menos corros de baile y canto, menos puestos de rosquillas y jinetes, menos meriendas y comilonas. Aquí se escuchaba el rasgueo de guitarras y bandurrias, más adelante retumbaba el bombo, y la gaita exhalaba su aguda y penetrante queja. Un ciego daba vueltas a una zanfona que sonaba como el obstinado zumbido del moscardón, y al mismo tiempo vendía romances de guapezas y crímenes. A pocos pasos de la gente que comía, mendigos asquerosos imploraban la caridad; un elefancíaco enseñaba su rostro bulboso, un herpético descubría el cráneo pelado y lleno de pústulas, este tendía una mano seca, aquel señalaba a un muslo ulcerado, invocando a Santa Margarita para que nos libre de «males extraños». En un carretoncillo, un fenómeno sin piernas, sin brazos, con enorme cabezón envuelto en trapos viejos, y gafas verdes, exhalaba un grito ronco y suplicante, mientras una mocetona, de pie al lado del vehículo, recogía las limosnas. En el aire flotaban los efluvios de dos toneles de vino que ya iban quedando exangües, y el vaho del estofado, y el olor de las viandas frías. Oíanse canciones entonadas con voz vinosa, y llantos de niños, de los cuales nadie se cuidaba.
Componíase el círculo en que figuraba Amparo de muchachas alegres, que habían esgrimido briosamente los dientes contra una razonable merienda. Allí estaba la Comadreja, a quien no era posible aguantar de puro satisfecha y vana, porque tenía en Marineda al capitán de la Bella Luisa, y si él no había querido convidarse a merendar «por el aquel del bien parecer», contaba con que la acompañaría al final de la función. Allí también Guardiana, penetrada de alegría por otra causa diversa: porque había traído consigo a dos de sus pequeños, el escrofuloso y la sordo-mudita; en cuanto al mayor, ni se podía soñar en llevarlo a sitio alguno donde hubiese gente, porque le entraba enseguida la «aflición». La niña sordo-muda miraba alrededor, con ojos reflexivos, aquel mundo del cual sólo le llegaban las imágenes visibles; por su parte el niño, que ya tendría sus trece años, y que hubiera sido gracioso a no desfigurarlo los lamparones y la hipertrofia de los labios, gozaba mucho de la fiesta, y se sonreía con la sonrisa inocente, semi-bestial, de los bobos de Velázquez. Guardiana no se mostró muy comedora: los mejores bocados los reservó para sus hermanos, y ella manifestó poco apetito.
lunes, 15 de julio de 2024
DESPELLEJAR A UN GATO
"Rosa se fue. Felipe estaba serio, tan serio que parecía un señor mayor. Nunca, como entonces, se vieron en sus rasgos infantiles los firmes lineamentos del hombre. Detrás de su travesura asomaban los cuarenta años, con máscara grave de paciencia. Estaba tan atento a lo que iba a hacer, tan poseído de su ardiente anhelo y de curiosidad tan abrasadora, que ni la voz de su amo le habría distraído en aquel momento. Sentado en el suelo, con el tieso animal entre las rodillas, sacó una navaja del bolsillo, y ¡zas!... Ambrosio Paré, Servet, Andrés Vessle, ¿qué decís a esto? El cuchillo estaba bien afilado, y Felipe empezó con tacto y maestría. Su ardiente afán no le alteraba el pulso y supo desprender con serenidad la piel. Había en su espíritu misteriosas intuiciones de cómo se había de hacer aquello; antojábasele que ya lo había hecho otra vez... No, no eran enteramente nuevos para él los goces de aquel sangriento juego... Si jamás hizo aquello, sin duda lo había soñado alguna vez.
Corta por aquí y por allí. Antes de profundizar, quiere reconocer la boca, ¡Treinta dientes! Y ¡qué extraña la inserción de la lengua, y qué áspera y picona toda ella! Como que está erizada de púas... Ahora veamos ese dichoso parénquima. Ábrete cuello. Por aquí será... Ve el Doctor la cavidad laríngea y dice: «aquí es donde tienen los mayidos». Con la punta de su navaja reconoce durezas, discierne el cartílago del hueso y aparta tegumentos y músculos. Pone especial cuidado en no mancharse de sangre, y sabe respetar las arterias.
«Hola, hola, aquí tenemos los pulmones; son estas esponjas, estas cosas llenas de huequecillos... Me parece que este caballero y mi amo tienen la misma enfermedad. Pero no veo nada. ¿Y el parénquima? Será esto que está detrás. Pues ¿y esta canal? Por aquí va lo que comemos. Me parece que el corazón va por aquí. Por estos caños entra y sale la sangre. Sigamos la canal abajo. ¡El estómago! Ábrete, perro, ábrete. ¡Zas!... ¿De qué has muerto, gato? La sangre no corre. Está apelmazada, aquí en el corazón, y el estómago lo tienes negro... Tú no has comido en muchos días... Y el solomillo donde está? ¡Zas!... Ahora con finura, para sacar el buche entero. ¿Qué es esto? Las asaúras serán. ¿Y para qué sirven?... Por estas cuerdas que andan por aquí, tirabas y aflojabas para correr... ¿Pero ese condenado parénquima dónde anda? Los bofes son estos. Esto es el respirar y el toser y el soplar. Por aquí arriba va la voz, el canto, el enfadarse... Corazón, échate a un lado; tú eres el querer, el llorar, el arrepentirse...».
La voz de Rosita sonó en lo bajo de la escalera.
«Felipe, tu amo te llama. ¿Qué haces?».
-Aguarda, mujer... no subas. Di al señorito que espere."
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El Doctor Centeno. Benito Pérez Galdós. Ed. Alianza, 1985. Página 284