En su obra Diario de un enfermo, encontramos un Azorín abandonado y nihilista. Conoce brevemente el amor que de inmediato le arrebata la tuberculosis.
En la entrada del 20 de noviembre a las 7 de la tarde, reflexiona, alucinado, sobre una mano momificada que tiene en su mesa. Vemos un Azorín "gore" que excusa su visión por la fiebre.
"En la mesa en que escribo, sobre caja negra de laca, tengo una de sus manos: fina, pequeña, piadosamente recogida, doblados ligeramente los secos dedos, puesto bajo el índice el pulgar. El reflejo verde de la lámpara, la ilumina. Un momento, la imaginación, febril, finge que se colorea y acarnosa el seco pergamino, que se distienden los dedos, que se anima la mano toda y da golpes cariñosos sobre la negra tapa - golpes con que la juventud muerta saluda y llama a la juventud viva..."
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