La última tertuliana que se quedaba, la que secreteaba más tiempo y más intimamente con Sabel, era la vieja de las greñas de estopa, entrevista por Julián la noche de su llegada a los Pazos. Era imponente la fealdad de la bruja: tenia las cejas canas, y, de pertil, le sobresalian, como también las cerdas de un lunar, el firego hacia resaltar la blancura del pelo, el color atezado del ros-
tro, y el enorme decie o papera que deformaba su garganta del modo más repulsivo. Mientras hablaba con la frescachona Sabel la tantasia de un artista podia evocar los cuadros de tentaciones de San Antonio en que aparecen juntas una asquerosa hechicera y una mujer hermosa y sensual, con pezuña de cabra.
Los Pazos de Ulloa, cap V
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CAPÍTULO XIX
manos temblaban, deshaciendo con alegre presteza el embutido de marostes y ropa blanca y dando amable libertad al canal y man- teo. Después se lanzó por las escaleras, dirigiéndose a la habitación de Nucha.
Nada aconteció aquel día que lo diferenciase de los demás, pues allí la única variante solía ser el mayor o menor número de veces que mamaba la chiquitina, o la cantidad de pañales puestos a secar. Sin embargo, en tan pacífico interior veía el capellán desarrollarse un drama mudo y terrible. Ya se explicaba perfectamente las me- lancolías, los suspiros ahogados de Nucha. Y mirándole a la cara y viéndola tan consumida, con la piel terrosa, los ojos mayores y más vagos, la hermosa boca contraída siempre, menos cuando sonreía a su hija, calculaba que la señorita, por fuerza, debía saberlo todo, y una lástima profunda le inundaba el alma. Reprendióse a sí mismo por haber pensado siquiera en marcharse. Si la señorita necesitaba un amigo, un defensor, ¿en quién lo encontraría más que en él? Y lo necesitaría de fijo.
La misma noche, antes de acostarse, presenció el capellán una escena extraña, que le sepultó en mayores confusiones. Como se le hubiese acabado el aceite a su velón de tres mecheros y no pudiese rezar ni leer, bajó a la cocina en demanda de combustible. Halló muy concurrido el sarao de Sabel. En los bancos que rodeaban el fuego no cabía más gente: mozas que hilaban, otras que mondaban patatas, oyendo las chuscadas y chocarrerías del tío Pepe de Naya, vejete que era un puro costal de malicias, y que, viniendo a moler un saco de trigo al molino de Ulloa, donde pensaba pasar la noche, no encontraba malo refocilarse en los Pazos con el cuenco de cal- do de unto y tajadas de cerdo que la hospitalaria Sabel le ofrecía. Mientras él pagaba el escote contando chascarrillos, en la gran mesa de la cocina, que desde el casamiento de don Pedro no usaban los amos, se veían, no lejos de la turbia luz de aceite, relieves de un fes- tin más suculento: restos de carne en platos engrasados, una botella de vino descorchada, una media tetilla," todo amontonado en un rincón, como barrido despreciativamente por el hartazgo; y en el espacio libre de la mesa, tendidos en hilera, había hasta doce naipes,
capa larga con cuello que levan los eclesiásticos sobre la sotana'; en la actualidad es una prenda que está en desuso
13sarao: 'reunión nocturna'. medio queso de tetilla', propio de Galicia, mantecoso y con la forma su- sodicha.
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