sábado, 6 de julio de 2024

SUPERSTICIONES Y AOJAMIENTOS


Una buena señora tía de Alejandro Míquis es así. Supersticiosa.



Para concluir. Doña Isabel Godoy era supersticiosa en grado extremo, fenómeno que, si se examina bien, no es incompatible con la devoción maniática, ni con los rezos de papagayo. Con ser una de las principales ostras de los bancos parroquiales de San Pedro y San Andrés, más raíces tenían en el espíritu de esta señora ciertas creencias y temores vulgares que la pura idea religiosa. Cierto que ella defendía con rutinario tesón los dogmas de la Fe; pero les añadía innúmeros suplementos, fundados en todo lo vano, pueril y necio que ha imaginado el miedo y la ignorancia del pueblo. Creía en las fatalidades del número 13, de la sal vertida y de los espejos rotos; sentía horror del murciélago, por suponerle emisario del Demonio; atribuía mil ridiculeces al erizo o puerco-espín; creía, como el Evangelio, que las culebras maman y que las cigüeñas pronuncian algunas palabras; que hay gallos que ponen huevos, y que el pelícano se hiere a sí propio para alimentar con su sangre a sus polluelos; sostenía la existencia de los dragones, salamandras y basiliscos con sus propiedades mitológicas; creía también en el ave fénix y en las influencias de los astros benignos o adversos y de los cabelludos cometas, precursores de calamidades; daba fe a la influencia de la imaginación materna sobre el crío y a los antojos; prestaba crédito a las buenaventuras de los gitanos, y era para ella artículo dogmático la existencia de los zahorís, personas que, por  haber nacido en Jueves Santo, tienen la virtud de ver lo que hay bajo tierra. Como la propia doña Isabel había nacido en Jueves Santo, se tenía por zahorí de lo más sutil y agudo que pudiera existir. Igualmente daba oídos a los saludadores, que todo lo curan con saliva, y a los embrujados. No había quien le quitara de la cabeza que hay personas que aojan, es decir, que hacen mal de ojo, y matan o resecan a los niños sólo con mirarles. Los sueños eran para ella revelaciones de incontrovertibles verdades. Si oía por la noche el aullido de un perro, ya tenía por seguro un mal caso; si entraba en la sala una mariposa negra o moscardón, señal era de inevitable desdicha; si alguno hacía girar una silla sobre una pata, indicio era de contiendas. Al salir a la calle, cuidaba de sacar primero el pie derecho que el izquierdo, porque si no, no volvería a casa sin dar un mal paso.



El Doctor Centeno. Benito Pérez Galdós. Ed. Alianza, 1985. Página 139

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