Al final, ante el temor de que la peste se extiende, el arzobispo de la ciudad de Milán autoriza sacar la reliquia de Patrón. Sanidad no ve problema. Se reúne una multitud en las calles.
Capítulo XXXI. Los novios. Manzoni
"Ante la reiteración de las instancias, cedió (el arzobispo Federigo),
pues, consintió en que se hiciese la procesión, consintió aún más en el
deseo, en el apremio general, de que la urna donde estaban guardadas las
reliquias de San Carlos, permaneciese después expuesta, durante ocho
días, en el altar mayor de la catedral.
No hallo que el tribunal de sanidad, ni otros, protestaran o se opusieran de
forma alguna. Únicamente, dicho tribunal ordenó algunas precauciones
que, sin evitar el peligro, indicaban que lo temía. Prescribió medidas más
estrictas para la entrada de personas en la ciudad; y, para asegurar su
ejecución, mandó que permanecieran cerradas las puertas: así como, con
el fin de excluir, en la medida de lo posible, de la manifestación a los
apestados y los sospechosos, mandó clavar las puertas de las casas
secuestradas: las cuales, por lo que pueda valer en un hecho de esta
naturaleza la simple información de un escritor, y de un escritor de aquel
tiempo, eran cerca de quinientas.
Tres días se emplearon en preparativos: el once de junio, que era el día
fijado, la procesión salió, al amanecer, de la catedral. Marchaba delante
una larga fila de pueblo, mujeres en su mayoría, con el rostro tapado por
amplios velos, muchas descalzas, y vestidas de saco. Venían luego los
gremios, precedidos por sus gonfalones, las cofradías, con sus trajes de
variadas formas y colores; luego las comunidades de frailes, después el
clero secular, cada cual con las insignias de su grado, y con una vela o un
hachón en la mano. En el medio, entre el resplandor de más nutridas
luminarias, entre un ruido más alto de cánticos, bajo un rico dosel,
avanzaba la urna, llevaba por cuatro canónigos, vestidos con gran pompa,
que se turnaban cada cierto tiempo. Por los cristales se divisaba el
venerado cadáver, vestido con espléndidas ropas pontificales, y mitrada la
calavera; y en sus formas mutiladas y descompuestas, aún se podía
distinguir algún vestigio de su antiguo semblante, tal como lo representan
las imágenes, como algunos recordaban haberlo visto y honrado en vida.
Tras los despojos del pastor difunto (dice Ripamonti, de quien tomamos
principalmente esta descripción), y próximo a él, así como por méritos de
sangre y de dignidad, ahora también con su persona, iba el arzobispo
Federigo. Seguía el resto del clero; luego los magistrados, con sus ropas
de mayor ceremonia; después los nobles, unos vestidos suntuosamente,
como en solemne demostración de culto, otros, en señal de penitencia,
enlutados o descalzos y con capas, el capuchón tapándoles el rostro;
todos con hachones. Por último una cola de más pueblo mezclado.
....
Y he aquí que, al día siguiente, justo mientras reinaba la presuntuosa
confianza, es más, en muchos una fantástica seguridad de que la
procesión debía de haber atajado la peste, las muertes aumentaron, en
todas las clases, en todas las partes de la ciudad, hasta tal extremo, con
un salto tan repentino, que no hubo quien no viera la causa, o la ocasión,
en la procesión misma."
No hay comentarios:
Publicar un comentario