domingo, 18 de mayo de 2025

LOS GENTÍOS Y LOS SANTOS IDEALES





Al final, ante el temor de que la peste se extiende, el arzobispo de la ciudad de Milán autoriza sacar la reliquia de Patrón. Sanidad no ve problema. Se reúne una multitud en las calles.


Capítulo XXXI. Los novios. Manzoni


"Ante la reiteración de las instancias, cedió (el arzobispo Federigo), pues, consintió en que se hiciese la procesión, consintió aún más en el deseo, en el apremio general, de que la urna donde estaban guardadas las reliquias de San Carlos, permaneciese después expuesta, durante ocho días, en el altar mayor de la catedral. No hallo que el tribunal de sanidad, ni otros, protestaran o se opusieran de forma alguna. Únicamente, dicho tribunal ordenó algunas precauciones que, sin evitar el peligro, indicaban que lo temía. Prescribió medidas más estrictas para la entrada de personas en la ciudad; y, para asegurar su ejecución, mandó que permanecieran cerradas las puertas: así como, con el fin de excluir, en la medida de lo posible, de la manifestación a los apestados y los sospechosos, mandó clavar las puertas de las casas secuestradas: las cuales, por lo que pueda valer en un hecho de esta naturaleza la simple información de un escritor, y de un escritor de aquel tiempo, eran cerca de quinientas. Tres días se emplearon en preparativos: el once de junio, que era el día fijado, la procesión salió, al amanecer, de la catedral. Marchaba delante una larga fila de pueblo, mujeres en su mayoría, con el rostro tapado por amplios velos, muchas descalzas, y vestidas de saco. Venían luego los gremios, precedidos por sus gonfalones, las cofradías, con sus trajes de variadas formas y colores; luego las comunidades de frailes, después el clero secular, cada cual con las insignias de su grado, y con una vela o un hachón en la mano. En el medio, entre el resplandor de más nutridas luminarias, entre un ruido más alto de cánticos, bajo un rico dosel, avanzaba la urna, llevaba por cuatro canónigos, vestidos con gran pompa, que se turnaban cada cierto tiempo. Por los cristales se divisaba el venerado cadáver, vestido con espléndidas ropas pontificales, y mitrada la calavera; y en sus formas mutiladas y descompuestas, aún se podía distinguir algún vestigio de su antiguo semblante, tal como lo representan las imágenes, como algunos recordaban haberlo visto y honrado en vida. Tras los despojos del pastor difunto (dice Ripamonti, de quien tomamos principalmente esta descripción), y próximo a él, así como por méritos de sangre y de dignidad, ahora también con su persona, iba el arzobispo Federigo. Seguía el resto del clero; luego los magistrados, con sus ropas de mayor ceremonia; después los nobles, unos vestidos suntuosamente, como en solemne demostración de culto, otros, en señal de penitencia, enlutados o descalzos y con capas, el capuchón tapándoles el rostro; todos con hachones. Por último una cola de más pueblo mezclado.

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Y he aquí que, al día siguiente, justo mientras reinaba la presuntuosa confianza, es más, en muchos una fantástica seguridad de que la procesión debía de haber atajado la peste, las muertes aumentaron, en todas las clases, en todas las partes de la ciudad, hasta tal extremo, con un salto tan repentino, que no hubo quien no viera la causa, o la ocasión, en la procesión misma."

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