viernes, 18 de marzo de 2022
LARINGOPLASTIA Y EL POEMA DE FERNÁN GONZÁLEZ
martes, 15 de marzo de 2022
VARÓN Y MUJER Y VICEVERSA
miércoles, 9 de marzo de 2022
PAPÁ SE VA A LA GUERRA ..
376 «¡Ea, esclavas! Decidme la verdad: ¿Adónde ha ido Andrómaca, la de níveos brazos, desde el palacio? ¿Á visitar á mis hermanas ó á mis cuñadas de hermosos peplos? ¿Ó, acaso, al templo de Minerva, donde las troyanas, de lindas trenzas, aplacan á la terrible diosa?»
381 Respondióle la fiel despensera: «¡Héctor! Ya que nos mandas decir la verdad, no fué á visitar á tus hermanas ni á tus cuñadas de hermosos peplos, ni al templo de Minerva, donde las troyanas, de lindas trenzas, aplacan á la terrible diosa, sino que subió á la gran torre de Ilión, porque supo que los teucros (troyanos) llevaban la peor parte y era grande el ímpetu de los aqueos. Partió hacia la muralla, ansiosa, como loca, y con ella se fué la nodriza que lleva el niño.»
390 Así habló la despensera, y Héctor, saliendo presuroso de la casa, desanduvo el camino por las bien trazadas calles. Tan luego como, después de atravesar la gran ciudad, llegó á las puertas Esceas—por allí había de salir al campo,—corrió á su encuentro su rica esposa Andrómaca..... la esposa de Héctor, de broncínea armadura, que entonces le salió al camino. Acompañábale una doncella llevando en brazos al tierno infante, hijo amado de Héctor, hermoso como una estrella, á quien su padre llamaba Escamandrio y los demás Astianacte, porque sólo por Héctor se salvaba Ilión. Vió el héroe al niño y sonrió silenciosamente. Andrómaca, llorosa, se detuvo á su vera, y asiéndole de la mano le dijo:407 «¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiadas del tierno infante ni de mí, infortunada, que pronto seré viuda; pues los aqueos te acometerán todos á una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares; que ya no tengo padre ni venerable madre....Héctor, ahora tú eres mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo, quédate en la torre—¡no hagas á un niño huérfano y á una mujer viuda!—....
440 Contestó el gran Héctor, de tremolante casco: «Todo esto me preocupa, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos, si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita á ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mí mismo....
466 Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió los brazos á su hijo, y éste se recostó, gritando, en el seno de la nodriza de bella cintura, por el terror que el aspecto de su padre le causaba: dábanle miedo el bronce y el terrible penacho de crines de caballo, que veía ondear en lo alto del yelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la veneranda madre. Héctor se apresuró á dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo amado, y rogó así á Júpiter y á los demás dioses:
476 «¡Júpiter y demás dioses! Concededme que este hijo mío sea, como yo, ilustre entre los teucros y muy esforzado; que reine poderosamente en Ilión; que digan de él cuando vuelva de la batalla: ¡es mucho más valiente que su padre!; y que, cargado de cruentos despojos del enemigo á quien haya muerto, regocije de su madre el alma.»
482 Esto dicho, puso el niño en brazos de la esposa amada, que al recibirlo en el perfumado seno sonreía con el rostro todavía bañado en lágrimas. Notólo Héctor y compadecido, acaricióla con la mano y así le habló:
486 «¡Esposa querida! No en demasía tu corazón se acongoje, que nadie me enviará al Orco antes de lo dispuesto por el hado; y de su suerte ningún hombre, sea cobarde ó valiente, puede librarse una vez nacido.
domingo, 27 de febrero de 2022
!A LA ESCUELA NO, POR FAVOR!
-¡Ay!—suspiró ruidosamente la vieja, como las palabras de su marido.
en apoyo a -No tengo más ayuda que ésta-continuo Churis, señalando a un muchachito de cabellos rubios y enorme barriga que no debía tener más de siete años, y que justo en ese momento entraba tímido en la isba con un chirrido apenas audible de la puerta. Miró al señor con sus ojos sorprendidos y con ambas manitas se agarró a la camisa de Churis—. Aquí está toda mi ayuda—continuó con voz sonora Churis, pasando su mano áspera por los rubios cabellos del pequeño—, ¿cuánto habrá que esperar? Y cada vez tengo menos fuerzas para la faena. Ya no por la vejez, sino por esta hernia mía que me está ma
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-Me gustaría hacerte la vida más fácil, de verdad. ¿Qué podemos hacer?-dijo el joven terra
teniente mirando al campesino con compasión. -Pero ¿cómo más fácil? Ya se sabe que cuando uno tiene tierras, tiene que afanarse, así son las cosas. El niño acabará por crecer. Sólo que le pido por favor que no me lo obligue a ir a la escuela. El otro día vino un agente de la policía para decir que usted, su excelencia, exigía que , fuera a la escuela. A él, por favor, libérelo: ¿qué ¿ cabeza puede tener? Es muy pequeño, no entiende nada.
-No, eso sí que no-replicó Nejliúdov, Te guste o no, el pequeño ya entiende las cosas у debe ir a la escuela. Lo digo por tu bien. Date cuenta, cuando él crezca la casa estará a su cargo y si sabe leer y escribir, podrá leer en la iglesia y con la ayuda de Dios todo en tu casa irá me
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> -No discuto, su excelencia; su merced quiere nuestro bien, pero entonces no habrá quien se quede en casa: mi vieja y yo estamos todo el día trabajando, y él, aunque sea pequeño, algo ayuda: mete el ganado, da de beber a los caballos. Sea como sea, es un campesino. —Y Churisionok sonriendo agarró con sus toscos dedos la nariz del muchachito para que se sonara.
-Pues mándalo cuando estés en casa y él tenga tiempo, ¿me oyes? Sin falta.
Churisionok exhaló un profundo suspiro y no respondió.
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UCRANIA Y LAS TROYANAS
En la terrible y dolorosa guerra de Ucrania que las televisiones nos transmiten en directo (la primera fue la del Vietnam y aún la recuerdo en aquellas televisiones de rayos catódicos y lámparas) en blanco y negro) sufren y van a sufrir hombres, mujeres y niños. Como todas las odiosas guerras son la misma guerra oigamos la voz de Eurípides en Las Troyanas. Aquí el Coro trágico avanza lo que teme y se avecina. La voz del siglo V a. C es de plena actualidad.
CORO
Entona, oh musa, canto fúnebre y nuevos versos
acompañados de lágrimas, deplorando la suerte de
Troya (Ucrania), porque ahora comenzaré en
su alabanza con
voz clara triste canción, y lloraré su ruina y mi
funesta
suerte, cautiva de la guerra, merced del caballo
de madera que abandonaron los griegos
(rusos) a las puertas,
llenas sus entrañas de armas. Los troyanos
(ucranianos),
animados con alegres cánticos, se precipitaron
ciegos
al abismo que había de perderlos, pensando que
era un presente grato a la virgen inmortal que
desconoce
el matrimonio; ciñéronlo con lazos de retorcido
lino, como si fuese el negro casco de una nave,
y arrastrándolo se encaminaron hacia la morada de
Atenea funesta enemiga de mi patria. Apenas había
terminado esta fiesta nos envolvieron las tinieblas
de la noche, y en toda ella no dejaron de oírse la
flauta y los alegres cánticos al compás de las
danzas.
Yo, entonces, formando coros celebraba en mi albergue
a la virgen que habita en los montes. Voz
funesta se oyó, y los tiernos niños, agarrándose de
los vestidos de sus madres, extendían aterrados sus
brazos y Ares salió de su escondite por obra de
Atenea. Alrededor de los altares morían mis
hermanos,
y en los aposentos destinados al sueño, y en el
silencio de la noche, nos arrebataban nuestros
esposos,
y nos vencía la Grecia (Rusia), madre de
jóvenes guerreros.
sábado, 26 de febrero de 2022
NIÑOS Y LEÓN DE PAJA
sábado, 29 de enero de 2022
LAMENTO A TULIA. SERVIO SULPICO RUFO. (105 AC - 43 AC)
SERVIO
SULPICIO Á CICERÓN
Cuando me dieron las tristes nuevas de la muerte de
tu hija Tulia, tuve de ello aquel dolor y sentimiento que un caso tan triste y
tocante a un tan caro amigo requería; y túvela por desgracia, no tuya propia,
sino común a todos tus amigos; y hame pesado en el alma no haberme hallado ahí
presente para hacer lo que debo en tu servicio, y mostrarte en presencia lo
mucho que he sentido yo su muerte. Aunque esta es una triste y miserable manera
de consuelo, pues los parientes y amigos, que son los que lo han de dar, están
no menos afligidos y no pueden tratar de ello sin derretirse en lágrimas, de
tal manera, que más necesidad tienen ellos de quien los consuele que posibilidad
para dar a otro alguna manera de consuelo; pero con todo eso he tenido por bien
de escribirte lo que al presente me ha venido al pensamiento: no porque yo no
entienda que todo esto lo entiendes y sabes tú muy bien, sino porque por
ventura tu pena y dolor no te da lugar de considerarlo. ¿Qué razón hay para que
te haya así de atormentar ese tu dolor tan entrañable? Considera por tu vida
cómo se ha tratado la fortuna con nosotros, cómo nos ha quitado la tierra, la
honra, la autoridad, todos nuestros títulos blasones, que son cosas que las
deben preciar los hombres no menos que a los hijos. Tras de tantas desventuras ¿qué
subida puede hacer el sentimiento por una que se añada? ¿o por qué un alma, que
ya está curtida en trabajos semejantes, no ha de tener ya hechos callos en
ellos y tenerlo todo en poco? ¿Cuántas veces te habrá esto a tí venido al
pensamiento, como a mí me viene, que en tan malos tiempos como estos libran
mejor los que sin desgracia pueden despedirse de esta vida? ¿O qué bien hallas
tú en la vida en estos tiempos, que a ella le pudiese atizar el deseo del
vivir? ¿qué intereses, qué esperanzas, qué consuelo de alma? ¿Para vivir casada
con algún mancebo principal? En tu mano (creo) está escoger de esta juventud de
Roma, conforme a quien tú eres, un yerno a quien seguramente puedas encomendarle
la honra de tu hija. ¿Para tener hijos y alegrarse con ellos viéndolos crecidos
en estado, gobernar la hacienda que les dejó su padre, pretender por su orden
en la República los cargos, mostrarse liberales en las cosas tocantes a sus amigos?
¿Qué cosa de todas estas hay que antes de sernos concedida no nos la hayan
quitado de las manos? Pero es triste cosa ver morir los hijos. Verdad es, pero
más triste cosa es sufrir y padecer lo que sufrimos. Quiérote decir una cosa
que a mí me ha dado gran consuelo, que por ventura será también parte para
aliviar tu dolor y sentimiento. Volviendo yo de Asia, y navegando desde Egina
hacia Megara, púseme a mirar todas aquellas tierras alrededor. A las espaldas
tenía a Egina, enfrente a Megara, a la mano derecha a Pireo y a la izquierda a
Corinto, que todos ellos en tiempos pasados habían sido pueblos muy ilustres, y
ahora destruidos y arruinados están delante de los ojos. Comencé a considerar
de esta manera entre mí mismo: ¿qué, es posible que nosotros hombrecillos flacos,
nos hayamos de airar porque alguno de nosotros se muera o le maten, siendo
nuestra, vida de suyo corta, viendo en presencia tantos cuerpos de pueblos
destruidos y asolados hasta los cimientos? Vuelve en tí, Servio, vuelve en tí y
acuérdate que has nacido mortal. Créeme, amigo Cicerón, que con esta consideración
quedé no poco consolado. Pero ponte (si te parece) a considerar esto que ahora te
diré. Cuántos varones esclarecidos han muerto en tan poco tiempo, cuán á menos
ha venido la señoría, cuán perdidas y arruinadas quedan todas las provincias; ¿pues
por la pérdida de la vida de una mujercilla has de hacer tú tanto sentimiento?
Especialmente, que ya que ahora no muriera, de aquí a pocos años, pues había
nacido mortal, había de morir. Yo te suplico, amigo Cicerón; que apartes lejos
de tu ánimo semejantes pensamientos, y consideres las cosas que está bien
considerar a una persona de tus prendas; y entiendas que ella vivió mientras le
convino el vivir; que floreció juntamente con la República; que a tí, que eras
su padre, te vió pretor, cónsul, agorero; que se vió casada con mancebos muy
ilustres; que gozó casi de todos los bienes de que podía gozar; que acabó sus días
al mismo tiempo que la República los suyos. ¿De qué tenéis, ni tú ni ella,
porque quejaros de la fortuna por caso semejante? Finalmente, acuérdate que
eres Cicerón, aquel que suele dar consejo a los otros, y decirles cómo se han
de regir. No hagas como los malos médicos, que para las enfermedades de los otros
presumen de muy sabios, y el día que ellos están enfermos no se saben curar a
sí mismos; sino que aquello mismo que tú sueles decir a los otros procures de
decírtelo a tí mismo y darle lugar en tu pensamiento. No hay pena ninguna tan
grande que el largo discurso del tiempo no la aplaque y mitigue. Pero a un hombre
tan sabio como tú, vergüenza grande te será aguardar ese remedio y no ganarle por
la mano con tu sabiduría. Y si a los muertos les queda alguna noticia de lo que
acá pasa, la misma muerta, según fue grande el amor que te tuvo y el afición
que a todos, los suyos tenía, no quiere que tú por su muerte hagas tan triste
sentimiento. Haz, pues, esta merced a la muerta; hazla a los demás que somos tus
amigos y familiares de tu casa, a quien de ese tu sentimiento nos alcanza tanta
parte; hazla a tu misma patria, para que en lo que se le ofreciere se pueda
servir de tu diligencia y prudente parecer. Y finalmente, pues habernos venido
a tanto mal que nos es forzado tener cuenta con cosas semejantes, no quieras
dar ocasión que piense ninguno que no tanto te afliges por la muerte de tu hija,
cuanto por los trabajos de la República y la victoria de los del otro bando.
Empacho tengo de escribirte más largo sobre esta materia, porque parecerá que
es desconfiar de tu prudencia. Y así, en decirte sola una razón que me queda
por decir, daré fin a mi carta. Muchas veces te habemos visto regirte muy sabiamente
en la próspera fortuna, y quedar de allí con muy gran honra y alabanza; haz ahora
en este caso que entendamos que no te falta valor para pasar también por la
adversa y casos de desgracia, y que esta carga no te parece mayor de lo que
debe parecer, porque no parezca que de todas las virtudes sola esta te faltó.
En lo que a mi obligación toca, cuando yo entendiere que tienes el ánimo más libre
de pasión, de todo lo que por acá pasa y del estado de mi provincia te daré muy
cumplidamente aviso. Ten salud.