CAPÍTULO XVI
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ne no predicaba con el ejemplo. Asegurábase que tenía la culpa el ron y una panadera de Cebre, con salud para vender y regalar a cua- tro doctores higienistas.
Don Pedro chupaba también con ensañamiento su cigarro, y ru- miaba las palabras del médico, que por extraño caso, atendida la di- ferencia entre un pensamiento relleno de ciencia novísima y otro virgen hasta de lectura, conformaban en todo con su sentir. Tam- bién el hidalgo rancio pensaba que la mujer debe ser principal- mente muy apta para la propagación de la especie. Lo contrario le parecía un crimen. Acordábase mucho, mucho, con extraños re- mordimientos casi incestuosos, del robusto tronco de su cuñada Rita. También recordó el nacimiento de Perucho, un día que Sabel estaba amasando. Por cierto que la borona" que amasaba no hubie- ra tenido tiempo de cocerse cuando el chiquillo berreaba ya dicien- do a su modo que él era de Dios como los demás y necesitaba el sus-
tento. Estas memorias le despertaron una idea muy importante. -Diga, Máximo... ¿le parece que mi mujer podrá criar? Máximo se echó a reír, saboreando el ron.
-No pedir gollerías, señor don Pedro... ¡Criar! Esa función augusta exige complexión muy vigorosa y predominio del tempe- ramento sanguíneo..." No puede criar la señora.
-Ella es la que se empeña en eso -dijo con despecho el mar- qués; yo bien me figuré que era un disparate... por más que no creí a mi mujer tan endeble... En fin, ahora tratamos de que no nazca el niño para rabiar de hambre. ¿Tendré tiempo de ir a Castrodorna? La hija de Felipe el casero, aquella mocetona, ¿no sabe usted?...
-¿Pues no he de saber? ¡Gran vaca! Tiene usted ojo médico... Y está parida de dos meses. Lo que no sé es si los padres la dejarán ve- nir. Creo que son gente honrada en su clase y no quieren divulgar lo de la hija.
FEUDALISMO Y REVOLUCIÓN
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-¡Música celestial! Si hace ascos la traigo arrastrando por la trenza... A mi no me levanta la voz un casero mio. ¿Hay tiempo o no de ir allá?
-Tiempo, sí. Ojalá acabásemos antes; pero no lleva trazas. Cuando el señorito salió, Máximo se sirvió otra copa de ron y dijo en confianza al capellán: -Si yo estuviese en el pellejo del Fe- lipe... ya le quiero un recado a don Pedro. ¿Cuándo se conven- cerán estos señoritos de que un casero no es un esclavo? Asi andan las cosas de España; mucho de revolución, de libertad, de derechos individuales... ¡Y al fin, por todas partes la tiranía, el privilegio, el feudalismo! Porque, vamos a ver: ¿qué es esto sino reproducir los ominosos tiempos de la gleba y las iniquidades de la servidumbre? Que yo necesito tu hija, ¡zas!, pues contra tu voluntad te la cojo. Que me hace falta leche, una vaca humana, ¡zas!, si no quieres dar de mamar de grado a mi chiquillo, le darás por fuerza. Pero le estoy es- candalizando a usted. Usted no piensa como yo, de seguro, en cuestiones sociales.
-No señor, no me escandalizo-contestó apaciblemente Julian-. Al contrario... Me dan ganas de reír porque me hace gracia verle a usted tan sofocado. Mire usted qué más querrá la hija de Felipe que servir de ama de cría en esta casa. Bien mantenida, bien regalada, sin trabajar... Figúrese.
¿Y el albedrio? ¿Quiere usted coartar el albedrío, los derechos individuales? Supóngase que la muchacha se encuentre mejor ave- nida con su honrada pobreza que con todos esos beneficios y ven- tajas que usted dice... ¿No es un acto abusivo traerla aquí de la trenza, porque es hija de un casero? Naturalmente que a usted no se lo parece, claro está. Vistiéndose por la cabeza, no se puede pensar de otro modo; usted tiene que estar por el feudalismo y la teocracia. ¿Acerté? No me diga usted que no.
-Yo no tengo ideas politicas-aseveró Julián sosegadamente; y de pronto, como recordando, añadió: ¿Y no seria bien dar una vuelta a ver cómo lo pasa la señorita?
-Pch... No hago por ahora gran falta allá, pero voy a ver. Que no se lleven la botella del ron, ¿eh? Hasta dentro de un instante.
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Traía de la mano una muchachona color de tierra, un castillo de carne: el tipo clásico de la vaca humana.
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