martes, 20 de mayo de 2025

LA PIEDAD DEL MONATO




Sin duda, una de las escenas más patéticas y dolorosas sobre lo que pasaba en la peste bubónica de Milán y que sirve de transfondo histórico a la novela Los novios. ¡Preparaos a derramar lágrimas¡


Capítulo XXXIV 


"Entrando en la calle, Renzo (el novio en busca de su amada) apretó el paso, tratando de no mirar aquellos estorbos, sino lo imprescindible para sortearlos; cuando su mirada tropezó con un objeto de singular compasión, una compasión que impulsaba a contemplarlo; de modo que se detuvo, casi sin querer. Bajaba del umbral de una de aquellas puertas, y venía hacia el convoy, una mujer, cuyo aspecto denunciaba una juventud avanzada, pero no pasada; y dejaba traslucir una belleza velada y ofuscada, mas no destruida por una gran pasión, por una languidez mortal: esa belleza suave y a la vez majestuosa, que brilla en la sangre lombarda. Su caminar era cansado, pero no claudicante; sus ojos no vertían lágrimas, pero llevaban las huellas de haber derramado muchas; había en aquel dolor algo apacible y profundo, que revelaba un alma plenamente consciente y presente para sentirlo. Pero no era sólo su aspecto lo que, entre tantas miserias, la hacía señalado objeto de piedad, y reavivaba para ella aquel sentimiento ya exangüe y apagado en los corazones. Llevaba ésta en sus brazos a un niña de unos nueve años, muerta; pero toda ella muy bien arreglada, con los cabellos partidos en la frente, con un vestido blanquísimo, como si aquellas manos la hubiesen engalanado para un fiesta prometida hacía mucho tiempo, y dada como premio. Y no la llevaba tumbada, sino sentada sobre un brazo, con el pecho apoyado contra el pecho, como si estuviera viva; sólo que una manecita blanca como la cera colgaba a un lado, con cierta inanimada pesadez, y la cabeza reposaba sobre el hombro de la madre, con un abandono más fuerte que el sueño de la madre, pues aunque la semejanza de los rostros no lo hubiera atestiguado, lo habría dicho claramente aquel de los dos que aún expresaba un sentimiento. Un soez monato (los encargados de recoger los cadáveres en un carro) fue a quitarle la niña de los brazos, si bien con una especie de insólito respeto, con una vacilación involuntaria. Pero ella, echándose hacia atrás, aunque sin mostrar indignación o desprecio, dijo: 
 —¡No!, no me la toquéis por ahora; he de ponerla yo en ese carro: tomad —diciendo esto, abrió una mano, mostró una bolsa, y la dejó caer en la que el monato le tendió. Luego continuó
—: Prometedme que no le quitaréis un solo pelo de la ropa, ni dejaréis que otros se atrevan a hacerlo, y que la pondréis bajo tierra así. El monato se llevó una mano al pecho; y luego, muy solícito, y casi obsequioso, más por el nuevo sentimiento que lo tenía casi subyugado, que por la inesperada recompensa, se apresuró a hacer un poco de sitio en el carro para la muertecita. La madre, después de dar a ésta un beso en la frente, la depositó allí como sobre un lecho, la acomodó, extendió sobre ella un lienzo blanco, y dijo las últimas palabras
—: ¡Adiós, Cecilia!, ¡descansa en paz! Esta noche vendremos también nosotras, para estar siempre juntas. Reza entre tanto por nosotras; que yo rezaré por ti y por los demás —luego, volviéndose de nuevo al monato, dijo:
—: Vos, cuando paséis por aquí al anochecer, subid a recogerme a mí también, y no sólo a mí. Dicho esto volvió a entrar en la casa, y, un momento después se asomó a la ventana, llevando en brazos a otra niña más pequeña, viva, pero con las marcas de la muerte en el rostro."


Ciudad

Población en 1628

Población en 1631

Venecia

143.000

98.000

Milán

130.000

65.000

Florencia

  70.000

63.000

Bolonia

  62.000

47.000

Padua

  40.000

21.000

Mantua

  39.000

10.000

Brescia

 38.000

20.000

Turín

 11.000

 3.000



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