Sin duda, una de las escenas más patéticas y dolorosas sobre lo que pasaba en la peste bubónica de Milán y que sirve de transfondo histórico a la novela Los novios. ¡Preparaos a derramar lágrimas¡
Capítulo XXXIV
"Entrando en la calle, Renzo (el novio en busca de su amada) apretó el paso, tratando de no mirar aquellos
estorbos, sino lo imprescindible para sortearlos; cuando su mirada tropezó
con un objeto de singular compasión, una compasión que impulsaba a
contemplarlo; de modo que se detuvo, casi sin querer.
Bajaba del umbral de una de aquellas puertas, y venía hacia el convoy,
una mujer, cuyo aspecto denunciaba una juventud avanzada, pero no
pasada; y dejaba traslucir una belleza velada y ofuscada, mas no destruida
por una gran pasión, por una languidez mortal: esa belleza suave y a la
vez majestuosa, que brilla en la sangre lombarda. Su caminar era
cansado, pero no claudicante; sus ojos no vertían lágrimas, pero llevaban
las huellas de haber derramado muchas; había en aquel dolor algo
apacible y profundo, que revelaba un alma plenamente consciente y
presente para sentirlo. Pero no era sólo su aspecto lo que, entre tantas
miserias, la hacía señalado objeto de piedad, y reavivaba para ella aquel
sentimiento ya exangüe y apagado en los corazones. Llevaba ésta en sus
brazos a un niña de unos nueve años, muerta; pero toda ella muy bien
arreglada, con los cabellos partidos en la frente, con un vestido
blanquísimo, como si aquellas manos la hubiesen engalanado para un
fiesta prometida hacía mucho tiempo, y dada como premio. Y no la llevaba
tumbada, sino sentada sobre un brazo, con el pecho apoyado contra el
pecho, como si estuviera viva; sólo que una manecita blanca como la cera
colgaba a un lado, con cierta inanimada pesadez, y la cabeza reposaba
sobre el hombro de la madre, con un abandono más fuerte que el sueño
de la madre, pues aunque la semejanza de los rostros no lo hubiera
atestiguado, lo habría dicho claramente aquel de los dos que aún
expresaba un sentimiento.
Un soez monato (los encargados de recoger los cadáveres en un carro) fue a quitarle la niña de los brazos, si bien con una
especie de insólito respeto, con una vacilación involuntaria. Pero ella,
echándose hacia atrás, aunque sin mostrar indignación o desprecio, dijo:
—¡No!, no me la toquéis por ahora; he de ponerla yo en ese carro: tomad
—diciendo esto, abrió una mano, mostró una bolsa, y la dejó caer en la
que el monato le tendió. Luego continuó
—: Prometedme que no le
quitaréis un solo pelo de la ropa, ni dejaréis que otros se atrevan a hacerlo,
y que la pondréis bajo tierra así.
El monato se llevó una mano al pecho; y luego, muy solícito, y casi
obsequioso, más por el nuevo sentimiento que lo tenía casi subyugado,
que por la inesperada recompensa, se apresuró a hacer un poco de sitio
en el carro para la muertecita. La madre, después de dar a ésta un beso
en la frente, la depositó allí como sobre un lecho, la acomodó, extendió
sobre ella un lienzo blanco, y dijo las últimas palabras
—: ¡Adiós, Cecilia!,
¡descansa en paz! Esta noche vendremos también nosotras, para estar
siempre juntas. Reza entre tanto por nosotras; que yo rezaré por ti y por
los demás —luego, volviéndose de nuevo al monato, dijo:
—: Vos, cuando
paséis por aquí al anochecer, subid a recogerme a mí también, y no sólo a
mí.
Dicho esto volvió a entrar en la casa, y, un momento después se asomó a
la ventana, llevando en brazos a otra niña más pequeña, viva, pero con las
marcas de la muerte en el rostro."
Ciudad
|
Población en 1628
|
Población en 1631
|
Venecia
|
143.000
|
98.000
|
Milán
|
130.000
|
65.000
|
Florencia
|
70.000
|
63.000
|
Bolonia
|
62.000
|
47.000
|
Padua
|
40.000
|
21.000
|
Mantua
|
39.000
|
10.000
|
Brescia
|
38.000
|
20.000
|
Turín
|
11.000
|
3.000
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