domingo, 28 de abril de 2024

ANENCEFALIA. 1791


https://www.filosofia.org/hem/dep/mep/t01p007.htm

Descripción anatómica de un monstruo. En días pasados una Negra bozal llamada Mariana, Esclava de cierta Señora principal de esta Ciudad, parió un monstruo digno de la consideración de los Físicos, y admiración de los curiosos. Carecía enteramente de celebro; por que cortada la cabeza desde las cejas hasta la mitad del hueso occipital, le faltaban el coronal, los parietales, y aun la médula, de que no había rastro. Solo se reconocía una leve membrana que cubría todo el espacio; las cejas y ojos estaban como tirados de la membrana misma, que los hacia extremadamente espantosos. Tenía asimismo las orejas circulares, confundidas las ternillas y el órgano del oído, en cuyo lugar se veía sustituida como una pequeña teta...
Dígannos los sectarios de Cartesio, y demás Filósofos que suponen el celebro seno del Alma, ¿donde residió esta desde el instante en que se animó aquel feto? Y explíquennos los fisiológicos ¿de que arte se valió la Naturaleza para dar el incremento regular a un niño, faltando órganos tan precisos aun para sostener la vitalidad?

 

MALTRATO


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CAPÍTULO XXIV

-¡Por Dios, señorita, no me responda que no!... ¡Si lo estoy viendo! Señorita Marcelina... ¡Válgame mi patrono San Julián! ¡Que no he de poder yo servirle de algo, prestarle ayuda o consue- lo! Soy una persona humilde, inútil; pero con la intención, señori- ta, soy grande como una montaña. ¡Quisiera, se lo digo con el co- razón, que me mandase, que me mandase!

Hacía estas protestas esgrimiendo un paño untado de tiza contra las sacras, cuyo cerco de metal limpiaba con denuedo, sin mirarlo. Alzó Nucha los ojos, y en ellos lució un rayo instantáneo, un impulso de gritar, de quejarse, de pedir auxilio... Al punto se apa- gó la llamarada, y encogiéndose de hombros levemente, la señori-

ta repitió: -No tengo nada, Julián.

En el suelo había una cesta llena de hortensias y rama verde, des- tinada al adorno de los floreros; Nucha empezó a colocarla con la destreza y delicadeza graciosa que demostraba en el desempeño de todos sus domésticos quehaceres. Julián, entre embelesado y afligido, seguía con la vista el arreglo de las azules flores en los tarros de loza, el movimiento de las manos enflaquecidas al través de las hojas ver- des. Notó que caía sobre ellas una gota de agua, gruesa, límpida, no procedente de la humedad del rocío que aún bañaba las hortensias. Y casi al tiempo mismo advirtió otra cosa, que le cuajó la sangre de ho- rror: en las muñecas de la señora de Moscoso se percibía una señal circular, amoratada, oscura... Con lucidez repentina el capellán re- trocedió dos años, escuchó de nuevo los quejidos de una mujer mal- tratada a culatazos, recordó la cocina, el hombre furioso... Comple- tamente fuera de sí dejó caer las sacras, y tomó las manos de Nucha

para convencerse de que en efecto existía la siniestra señal... Entraban a la sazón por la puerta de la capilla muchas personas: las señoritas de Molende, el juez de Cebre, el cura de Ulloa, con- ducidos por don Pedro, que los traía allí con objeto de que admi- rasen los trabajos de restauración. Nucha se volvió precipitada- mente; Julián, trastornado, contestó balbuciendo al saludo de las señoritas. Primitivo, que venía a retaguardia, clavaba en él su mira- da directa y escrutadora.

34 La tíza pulverizada se emplea para limpiar metales; sacas: 'cada una de las tres hojas, impresas o manuscritas, que en sus correspondientes tablas, cuadros

o marcos con cristales, se soll

el altar para que el sacerde

cómodamente algunas c

partes de la misa sin recu

domingo, 21 de abril de 2024

AMA DE CRÍA


CAPÍTULO XVI

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ne no predicaba con el ejemplo. Asegurábase que tenía la culpa el ron y una panadera de Cebre, con salud para vender y regalar a cua- tro doctores higienistas.

Don Pedro chupaba también con ensañamiento su cigarro, y ru- miaba las palabras del médico, que por extraño caso, atendida la di- ferencia entre un pensamiento relleno de ciencia novísima y otro virgen hasta de lectura, conformaban en todo con su sentir. Tam- bién el hidalgo rancio pensaba que la mujer debe ser principal- mente muy apta para la propagación de la especie. Lo contrario le parecía un crimen. Acordábase mucho, mucho, con extraños re- mordimientos casi incestuosos, del robusto tronco de su cuñada Rita. También recordó el nacimiento de Perucho, un día que Sabel estaba amasando. Por cierto que la borona" que amasaba no hubie- ra tenido tiempo de cocerse cuando el chiquillo berreaba ya dicien- do a su modo que él era de Dios como los demás y necesitaba el sus-

tento. Estas memorias le despertaron una idea muy importante. -Diga, Máximo... ¿le parece que mi mujer podrá criar? Máximo se echó a reír, saboreando el ron.

-No pedir gollerías, señor don Pedro... ¡Criar! Esa función augusta exige complexión muy vigorosa y predominio del tempe- ramento sanguíneo..." No puede criar la señora.

-Ella es la que se empeña en eso -dijo con despecho el mar- qués; yo bien me figuré que era un disparate... por más que no creí a mi mujer tan endeble... En fin, ahora tratamos de que no nazca el niño para rabiar de hambre. ¿Tendré tiempo de ir a Castrodorna? La hija de Felipe el casero, aquella mocetona, ¿no sabe usted?...

-¿Pues no he de saber? ¡Gran vaca! Tiene usted ojo médico... Y está parida de dos meses. Lo que no sé es si los padres la dejarán ve- nir. Creo que son gente honrada en su clase y no quieren divulgar lo de la hija.

FEUDALISMO Y REVOLUCIÓN

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-¡Música celestial! Si hace ascos la traigo arrastrando por la trenza... A mi no me levanta la voz un casero mio. ¿Hay tiempo o no de ir allá?

-Tiempo, sí. Ojalá acabásemos antes; pero no lleva trazas. Cuando el señorito salió, Máximo se sirvió otra copa de ron y dijo en confianza al capellán: -Si yo estuviese en el pellejo del Fe- lipe... ya le quiero un recado a don Pedro. ¿Cuándo se conven- cerán estos señoritos de que un casero no es un esclavo? Asi andan las cosas de España; mucho de revolución, de libertad, de derechos individuales... ¡Y al fin, por todas partes la tiranía, el privilegio, el feudalismo! Porque, vamos a ver: ¿qué es esto sino reproducir los ominosos tiempos de la gleba y las iniquidades de la servidumbre? Que yo necesito tu hija, ¡zas!, pues contra tu voluntad te la cojo. Que me hace falta leche, una vaca humana, ¡zas!, si no quieres dar de mamar de grado a mi chiquillo, le darás por fuerza. Pero le estoy es- candalizando a usted. Usted no piensa como yo, de seguro, en cuestiones sociales.

-No señor, no me escandalizo-contestó apaciblemente Julian-. Al contrario... Me dan ganas de reír porque me hace gracia verle a usted tan sofocado. Mire usted qué más querrá la hija de Felipe que servir de ama de cría en esta casa. Bien mantenida, bien regalada, sin trabajar... Figúrese.

¿Y el albedrio? ¿Quiere usted coartar el albedrío, los derechos individuales? Supóngase que la muchacha se encuentre mejor ave- nida con su honrada pobreza que con todos esos beneficios y ven- tajas que usted dice... ¿No es un acto abusivo traerla aquí de la trenza, porque es hija de un casero? Naturalmente que a usted no se lo parece, claro está. Vistiéndose por la cabeza, no se puede pensar de otro modo; usted tiene que estar por el feudalismo y la teocracia. ¿Acerté? No me diga usted que no.

-Yo no tengo ideas politicas-aseveró Julián sosegadamente; y de pronto, como recordando, añadió: ¿Y no seria bien dar una vuelta a ver cómo lo pasa la señorita?

-Pch... No hago por ahora gran falta allá, pero voy a ver. Que no se lleven la botella del ron, ¿eh? Hasta dentro de un instante.

**p157

Traía de la mano una muchachona color de tierra, un castillo de carne:  el tipo clásico de la vaca humana.

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viernes, 12 de abril de 2024

MALDADES INFANTILES

Pazos, V

LA MISERIA Y LA HIGIENE


LA HOSTILIDAD DE PRIMITIVO

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in se juzgaba blanco de hostilidad encubierta por parte del ca- ador, en rigor, ni hostilidad podía llamarse; más bien tenía algo de servación y acecho, la espera tranquila de una res, a quien, sin durla, se desea cazar cuanto antes. Semejante actitud no podia efinirse, ni expresarse aperias. Julián se refugió en su cuarto, Honde hizo subir, medio arrastra, al niño, para la lección acos umbrada. Así como asi, el invierno había pasado, y el calor de la amira no era apetecible ya.

En su habitación pudo el capellán notar mejor que en la cocina escandalosa suciedad del angelote. Media pulgada de roña le cu- wia la piel; y en cuanto al cabello, dormían en él capas geológicas, stratificaciones en que entraba tierra," guijarros menudos, toda erte de cuerpos extraños. Julián cogió a viva fuerza al niño, lo rastró hacia la palangana." que ya tenia bien abastecida de jarras, mallas y jabón. Empezó a frotar. ¡María Santísima y qué primer qua la que salió de aquella empecatada carita! Lejía pura, de la más arbia y espesa. Para el pelo fue preciso emplear aceite, pomada, qua a chorros, un batidor de gruesas púas que desbrozase la virgen iva. Al paso que adelaritaba la faena, iban saliendo a luz las belli- mas facciones, dignas del cincel antiguo, coloreadas con la pátina el sol y del aire; y los bucles, libres de estorbos, se colocaban ar- sticamente como en una testa de Cupido, y descubrían su matiz

Pazos,V

BOCIO CARENCIAL ENDÉMICO

La última tertuliana que se quedaba, la que secreteaba más tiempo y más intimamente con Sabel, era la vieja de las greñas de estopa, entrevista por Julián la noche de su llegada a los Pazos. Era imponente la fealdad de la bruja: tenia las cejas canas, y, de pertil, le sobresalian, como también las cerdas de un lunar, el firego hacia resaltar la blancura del pelo, el color atezado del ros-
tro, y el enorme decie o papera que deformaba su garganta del modo más repulsivo. Mientras hablaba con la frescachona Sabel la tantasia de un artista podia evocar los cuadros de tentaciones de San Antonio en que aparecen juntas una asquerosa hechicera y una mujer hermosa y sensual, con pezuña de cabra.






Los Pazos de Ulloa, cap V

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CAPÍTULO XIX

manos temblaban, deshaciendo con alegre presteza el embutido de marostes y ropa blanca y dando amable libertad al canal y man- teo. Después se lanzó por las escaleras, dirigiéndose a la habitación de Nucha.

Nada aconteció aquel día que lo diferenciase de los demás, pues allí la única variante solía ser el mayor o menor número de veces que mamaba la chiquitina, o la cantidad de pañales puestos a secar. Sin embargo, en tan pacífico interior veía el capellán desarrollarse un drama mudo y terrible. Ya se explicaba perfectamente las me- lancolías, los suspiros ahogados de Nucha. Y mirándole a la cara y viéndola tan consumida, con la piel terrosa, los ojos mayores y más vagos, la hermosa boca contraída siempre, menos cuando sonreía a su hija, calculaba que la señorita, por fuerza, debía saberlo todo, y una lástima profunda le inundaba el alma. Reprendióse a sí mismo por haber pensado siquiera en marcharse. Si la señorita necesitaba un amigo, un defensor, ¿en quién lo encontraría más que en él? Y lo necesitaría de fijo.

La misma noche, antes de acostarse, presenció el capellán una escena extraña, que le sepultó en mayores confusiones. Como se le hubiese acabado el aceite a su velón de tres mecheros y no pudiese rezar ni leer, bajó a la cocina en demanda de combustible. Halló muy concurrido el sarao de Sabel. En los bancos que rodeaban el fuego no cabía más gente: mozas que hilaban, otras que mondaban patatas, oyendo las chuscadas y chocarrerías del tío Pepe de Naya, vejete que era un puro costal de malicias, y que, viniendo a moler un saco de trigo al molino de Ulloa, donde pensaba pasar la noche, no encontraba malo refocilarse en los Pazos con el cuenco de cal- do de unto y tajadas de cerdo que la hospitalaria Sabel le ofrecía. Mientras él pagaba el escote contando chascarrillos, en la gran mesa de la cocina, que desde el casamiento de don Pedro no usaban los amos, se veían, no lejos de la turbia luz de aceite, relieves de un fes- tin más suculento: restos de carne en platos engrasados, una botella de vino descorchada, una media tetilla," todo amontonado en un rincón, como barrido despreciativamente por el hartazgo; y en el espacio libre de la mesa, tendidos en hilera, había hasta doce naipes,

capa larga con cuello que levan los eclesiásticos sobre la sotana'; en la actualidad es una prenda que está en desuso

13sarao: 'reunión nocturna'. medio queso de tetilla', propio de Galicia, mantecoso y con la forma su- sodicha.

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cap xix

lunes, 1 de abril de 2024

VENUS SE ANUNCIA


 Don Victor no era pesado, eso es verdad. Se había cansado pronto de hacer el galán, y paulatinamente había pasado al papel de bar- ba, que le sentaba mejor. ¡Oh, y lo que es como un padre se había hecho querer, eso sil; no podía ella acostarse sin un beso de su marido en la frente. Pero llegaba la primavera, y ella misma, ella le buscaba los besos en la boca; le remordía la con ciencia de no quererle como marido, de no desear sus caricias: y además tenía miedo a los sentidos excitados en vano. De todo aquello resultaba una gran injusticia, no sabía de quién, un do lor irremediable que ni siquiera tenía el atractivo de los dolo res poéticos; era un dolor vergonzoso, como las enfermedades que ella había visto en Madrid anunciadas en faroles verdes y encarnados.

 
La Regenta, X