sábado, 29 de enero de 2022

LAMENTO A TULIA. SERVIO SULPICO RUFO. (105 AC - 43 AC)


Tulia lee a su padre Cicerón


Para consolar a un padre que pierde a su querida hija Tulia no cabe decir nada, nada. Pero se ha intentado, y se ha intentado de la mejor manera y con las más excelsas palabras. Así se dirige a Cicerón, desde la lejanía, su amigo Servicio Sulpicio Rufo. Lo encontramos en las Cartas familiares de Cicerón, la quinta del libro IV. Quien llegue hasta el fin de la carta y haya tenido que acudir alguna vez a un velatorio observará que todo lo que pudo decir está dicho mejor.



SERVIO SULPICIO Á CICERÓN

 Año 708 AB URBE CONDITA

 

Cuando me dieron las tristes nuevas de la muerte de tu hija Tulia, tuve de ello aquel dolor y sentimiento que un caso tan triste y tocante a un tan caro amigo requería; y túvela por desgracia, no tuya propia, sino común a todos tus amigos; y hame pesado en el alma no haberme hallado ahí presente para hacer lo que debo en tu servicio, y mostrarte en presencia lo mucho que he sentido yo su muerte. Aunque esta es una triste y miserable manera de consuelo, pues los parientes y amigos, que son los que lo han de dar, están no menos afligidos y no pueden tratar de ello sin derretirse en lágrimas, de tal manera, que más necesidad tienen ellos de quien los consuele que posibilidad para dar a otro alguna manera de consuelo; pero con todo eso he tenido por bien de escribirte lo que al presente me ha venido al pensamiento: no porque yo no entienda que todo esto lo entiendes y sabes tú muy bien, sino porque por ventura tu pena y dolor no te da lugar de considerarlo. ¿Qué razón hay para que te haya así de atormentar ese tu dolor tan entrañable? Considera por tu vida cómo se ha tratado la fortuna con nosotros, cómo nos ha quitado la tierra, la honra, la autoridad, todos nuestros títulos blasones, que son cosas que las deben preciar los hombres no menos que a los hijos. Tras de tantas desventuras ¿qué subida puede hacer el sentimiento por una que se añada? ¿o por qué un alma, que ya está curtida en trabajos semejantes, no ha de tener ya hechos callos en ellos y tenerlo todo en poco? ¿Cuántas veces te habrá esto a tí venido al pensamiento, como a mí me viene, que en tan malos tiempos como estos libran mejor los que sin desgracia pueden despedirse de esta vida? ¿O qué bien hallas tú en la vida en estos tiempos, que a ella le pudiese atizar el deseo del vivir? ¿qué intereses, qué esperanzas, qué consuelo de alma? ¿Para vivir casada con algún mancebo principal? En tu mano (creo) está escoger de esta juventud de Roma, conforme a quien tú eres, un yerno a quien seguramente puedas encomendarle la honra de tu hija. ¿Para tener hijos y alegrarse con ellos viéndolos crecidos en estado, gobernar la hacienda que les dejó su padre, pretender por su orden en la República los cargos, mostrarse liberales en las cosas tocantes a sus amigos? ¿Qué cosa de todas estas hay que antes de sernos concedida no nos la hayan quitado de las manos? Pero es triste cosa ver morir los hijos. Verdad es, pero más triste cosa es sufrir y padecer lo que sufrimos. Quiérote decir una cosa que a mí me ha dado gran consuelo, que por ventura será también parte para aliviar tu dolor y sentimiento. Volviendo yo de Asia, y navegando desde Egina hacia Megara, púseme a mirar todas aquellas tierras alrededor. A las espaldas tenía a Egina, enfrente a Megara, a la mano derecha a Pireo y a la izquierda a Corinto, que todos ellos en tiempos pasados habían sido pueblos muy ilustres, y ahora destruidos y arruinados están delante de los ojos. Comencé a considerar de esta manera entre mí mismo: ¿qué, es posible que nosotros hombrecillos flacos, nos hayamos de airar porque alguno de nosotros se muera o le maten, siendo nuestra, vida de suyo corta, viendo en presencia tantos cuerpos de pueblos destruidos y asolados hasta los cimientos? Vuelve en tí, Servio, vuelve en tí y acuérdate que has nacido mortal. Créeme, amigo Cicerón, que con esta consideración quedé no poco consolado. Pero ponte (si te parece) a considerar esto que ahora te diré. Cuántos varones esclarecidos han muerto en tan poco tiempo, cuán á menos ha venido la señoría, cuán perdidas y arruinadas quedan todas las provincias; ¿pues por la pérdida de la vida de una mujercilla has de hacer tú tanto sentimiento? Especialmente, que ya que ahora no muriera, de aquí a pocos años, pues había nacido mortal, había de morir. Yo te suplico, amigo Cicerón; que apartes lejos de tu ánimo semejantes pensamientos, y consideres las cosas que está bien considerar a una persona de tus prendas; y entiendas que ella vivió mientras le convino el vivir; que floreció juntamente con la República; que a tí, que eras su padre, te vió pretor, cónsul, agorero; que se vió casada con mancebos muy ilustres; que gozó casi de todos los bienes de que podía gozar; que acabó sus días al mismo tiempo que la República los suyos. ¿De qué tenéis, ni tú ni ella, porque quejaros de la fortuna por caso semejante? Finalmente, acuérdate que eres Cicerón, aquel que suele dar consejo a los otros, y decirles cómo se han de regir. No hagas como los malos médicos, que para las enfermedades de los otros presumen de muy sabios, y el día que ellos están enfermos no se saben curar a sí mismos; sino que aquello mismo que tú sueles decir a los otros procures de decírtelo a tí mismo y darle lugar en tu pensamiento. No hay pena ninguna tan grande que el largo discurso del tiempo no la aplaque y mitigue. Pero a un hombre tan sabio como tú, vergüenza grande te será aguardar ese remedio y no ganarle por la mano con tu sabiduría. Y si a los muertos les queda alguna noticia de lo que acá pasa, la misma muerta, según fue grande el amor que te tuvo y el afición que a todos, los suyos tenía, no quiere que tú por su muerte hagas tan triste sentimiento. Haz, pues, esta merced a la muerta; hazla a los demás que somos tus amigos y familiares de tu casa, a quien de ese tu sentimiento nos alcanza tanta parte; hazla a tu misma patria, para que en lo que se le ofreciere se pueda servir de tu diligencia y prudente parecer. Y finalmente, pues habernos venido a tanto mal que nos es forzado tener cuenta con cosas semejantes, no quieras dar ocasión que piense ninguno que no tanto te afliges por la muerte de tu hija, cuanto por los trabajos de la República y la victoria de los del otro bando. Empacho tengo de escribirte más largo sobre esta materia, porque parecerá que es desconfiar de tu prudencia. Y así, en decirte sola una razón que me queda por decir, daré fin a mi carta. Muchas veces te habemos visto regirte muy sabiamente en la próspera fortuna, y quedar de allí con muy gran honra y alabanza; haz ahora en este caso que entendamos que no te falta valor para pasar también por la adversa y casos de desgracia, y que esta carga no te parece mayor de lo que debe parecer, porque no parezca que de todas las virtudes sola esta te faltó. En lo que a mi obligación toca, cuando yo entendiere que tienes el ánimo más libre de pasión, de todo lo que por acá pasa y del estado de mi provincia te daré muy cumplidamente aviso. Ten salud.












NIÑOS VENDIDOS

No siempre traemos aquí, a este florilegio, textos de contenido agradable y feliz. Recientemente la sociedad española se ha visto indignada por la detención de un progenitor inhumano (*) que vendió su hija por una cantidad de droga. Lo cierto y verdad es que el rastro del maltrato a la infancia, afortunadamente hoy cada vez menor, se hunde en los años y los siglos previos.

Como dolorosa muestra este relato que encontramos en la Vida de los sofistas de Filóstrato.



Así, lo que se debe saber de él es lo siguiente. Pólux se había ejercitado bien en la labor de crítico, pues había sido discípulo de su padre, versado en cuestiones de crítica; en cambio, constituía sus discursos sofísticos con auxilio de la osadía, más que de las reglas del arte, confiado en su disposición natural, pues poseía excelentes dotes innatas. Discípulo de Adriano, dista, por igual, de sus más altas cualidades y de sus imperfecciones; no es demasiado sencillo ni se eleva con exceso, sólo hay que algunas gotas de almíbar mezcladas con sus palabras. He aquí una muestra de su estilo oratorio: «Proteo de Faro, el prodigio de Homero, forma múltiple y varia, se alza en ola, se enciende en fuego, muda en furioso león, se lanza en un jabalí, repta en figura de sierpe, salta en trazas de pantera y, cuando se hace árbol, peina melena de hojas» Pongamos como ejemplo de su arte de declamador: Los isleños que venden a sus hijos para pagar los tributos, puesto que se presume que éste es el tema que mejor expuso, cuyo final dice así: «Un hijo, en el continente, desde Babilonia escribe a su padre que está en la isla: “Soy esclavo de un rey a quien me entregó un sátrapa como regalo; no monto caballo medo ni sostengo el arco persa, tampoco salgo a la guerra ni voy de caza, como un hombre, sino que me siento en las habitaciones de las mujeres y cuido de las concubinas del rey, y el rey no lo toma a mal porque soy un eunuco. Soy estimado por ellas, porque les describo el mar de Grecia y les relato historias de las hermosas costumbres de los griegos, cómo celebran los Eleos sus fiestas solemnes, cómo da sus oráculos Delfos, cuál es en Atenas el altar de la Piedad. Tú, padre, escribe también y dime cuándo son las Hiacintias en Lacedemonia, los Juegos Ístmicos en Corinto y los Píticos en Delfos y si los atenienses vencen en sus batallas navales. Adiós, y salúdame a mi hermano, si aún no ha sido vendido". 



viernes, 28 de enero de 2022

EL PEDAGOGO



La escuela, a la que solo podían acudir los afortunados hijos de las buenas familias, era un lujo. Solo aquellos con tiempo para el ocio acudían a la escuela acompañados y protegidos de sus pedagogos. Siglos después los pedagogos modernos, salidos de las facultades de pedagogía, parece que, en opinión de los docentes de primera línea, están malbaratando lo logrado.
Veamos, de nuevo a Filóstrato y sus ilustrativas historias.



"Unas normas regían la escuela de este sofista. Al que pagaba cien dracmas de una vez le estaba permitido asistir al ciclo completo de enseñanzas. Tenía una biblioteca en su casa de la que podían servirse los alumnos para complementar su instrucción. A fin de que no intercambiásemos rechiflas e insultos, cosa que suele ocurrir en las escuelas de los sofistas, nos llamaban a todos a la vez y nos sentábamos, tras acudir a la llamada, los niños primero, los pedagogos en medio y los jóvenes por separado. Era cosa rarísima que él pronunciara un discurso, pero, cuando se animaba a ello, se asemejaba a un Hipias o un Gorgias. Sus declamaciones eran presentadas al auditorio tras un repaso previo del día anterior. Su memoria, viejo ya de noventa años, era superior a la de Simónides. Se expresaba en sus discursos con sencillez, pero la acumulación de pensamientos recordaba a Adriano." 





¿FORTUNA O DESCUIDO?



No se insistirá bastante en la naturaleza prevenible, a poca atención que se empeñe en ello, de una gran cantidad de "accidentes" que por desidia atribuimos fatalmente a la diosa Fortuna. 
Véase esta expresiva fábula, incluida en las Fábulas Morales de Samaniego.


EL MUCHACHO Y LA FORTUNA


A la orilla de un pozo, 
sobre la fresca yerba, 
un incauto mancebo 
dormía a pierna suelta. 
Gritole la Fortuna: 
«Insensato, despierta:
¿No ves que ahogarte puedes, 
a poco que te muevas?
Por ti y otros canallas
a veces me motejan, 
los unos de inconstante, 
y los otros de adversa. 
Reveses de Fortuna 
llamáis a las miserias; 
¿Por qué, si son reveses a
de la conducta necia?»









jueves, 27 de enero de 2022

DE PADRES E HIJOS

A veces las generaciones, lejos de mejorar, se vienen abajo y las esperanzas, benditas esperanzas decaen. Cada uno debe ser él mismo. Pero en general, tener una familia, padre o madre bien posicionado en la sociedad te ayuda. ¡Vaya si te ayuda¡ Lo podemos ver en este breve pasaje de la Vida de los sofistas de Filóstrato, colección de vidas y obras de estos pseudofilósofos que al parecer supieron entender bien cómo funciona una sociedad política de ayer y de siempre.
La anécdota habla de Rufo de Perinto.




Llegó a ser el más rico de cuantos habitaban las tierras del Helesponto y la Propóntide y tuvo enorme fama en Atenas por su habilidad en la improvisación, lo mismo que en Jonia e Italia, y nunca se indispuso con una ciudad o una persona, sino que percibía las rentas de su carácter afable. Se cuenta que fortalecía su cuerpo con ejercicios, llevaba siempre un severo régimen alimenticio y se sometía a un entrenamiento parecido al de los atletas profesionales. Fue discípulo de Herodes Ático, en su adolescencia, y de Aristocles, en su juventud, y, aunque recibía de éste grandes elogios, él se enorgullecía, más bien, de Herodes, llamándolo su señor, lengua de Grecia, rey de la elocuencia y cosas semejantes. Murió en su patria a los sesenta y un años, dejando hijos de los que no puedo decir nada notable, salvo que son hijos suyos.


AMOR DE PADRE




No solo esta reservado a Romeo y Julieta morir y ser enterrados juntos. Ni a los amantes de Teruel tampoco. El amor de un padre como el del sofista Evodiano de Esmirna nos sirva de paradigma.



Cuando se le murio su hijo en Roma, no profirio indignos lamentos mujeriles, sino que, tras gritar tres veces: «Hijol», lo enterró. Se moría él también, en Roma, y sus amigos, todos, se encontraban presentes discutiendo qué hacer con su cadáver, si enterrarlo allí mismo o transportarlo a Esmirna, embalsamado. Y Evodiano, levantando la voz, dijo: «No quiero dejar a mi hijo solo.» Así, les encomendó con claridad que lo sepultaran al lado de su hijo.